lunes, noviembre 08, 2004

De la Identidad Nacional a la Ciudadanía Mundial



"La tierra es un solo país y la humanidad sus ciudadanos… Que ninguno se gloríe de que ama a su patria; que más bien se gloríe de que ama a la humanidad”. (Bahá’u’lláh)

El concepto de la evolución social de la raza humana ha sido enfocado desde diferentes ángulos por las distintos disciplinas sociales, particularmente a lo largo de las últimas dos centurias. Por lo general, sin embargo, presenta el panorama de una humanidad que logra conformar unidades sociales y políticas cada vez más amplias, iniciando con la familia, pasando por la unión de varias familias en tribus y luego de éstas en las ciudades-estado[1] y culminando con los modernos estados nacionales.[2] Y, como en cualquier proceso evolutivo, en el actual también podríamos plantear con Balibar la pregunta: ¿Hacia dónde vamos?; ¿Cuál es el próximo paso de la humanidad después del estado nacional?



La respuesta lógica sería la unificación de las naciones independientes en alguna forma de sistema legal supranacional capaz de regir eficaz y democráticamente las relaciones entre éstas. Es una respuesta que parece ser confirmada en la práctica, pues durante el último siglo la raza humana ha asistido a la gestación de formas embrionarias de un nuevo orden mundial: tras la Primera Guerra Mundial, una incipiente Liga de Naciones; después de la Segunda Guerra Mundial, la más fortalecida Organización de las Naciones Unidas; siguiendo la guerra fría, la consolidación de mecanismos de seguridad colectiva interestatales; ante la serie de descalabros económicos internacionales sufridos, la consolidación de bloques comerciales a nivel continental, regional e interregional.

La tendencia hacia la unidad es inconfundible e innegable, pero su peculiar dinámica histórica da lugar a otra pregunta: ¿Será necesaria una nueva calamidad para el logro de cada etapa adicional en el proceso hacia un mundo unido, como ha sido el caso hasta ahora? ¿O hay algo que se pueda hacer para facilitar y acelerar esta larga y dolorosa transición? En un ensayo anterior, el presente autor propone “promover activamente el concepto de ciudadanía mundial, que un mundo unido no es sólo posible sino necesario” (Newton 2004: 2). Es el propósito del presente ensayo continuar este análisis mediante la exploración de algunos de los aspectos que sirvieron para promover la formación de las distintas identidades nacionales en su momento, para luego explorar la posibilidad de aplicar estos mismos elementos al fomento de una consciencia generalizada de ciudadanía mundial.[3] ¿Qué hace de la nación una unidad? Al responder esta pregunta, podremos acercarnos más al conocimiento de lo que se requiere para promover la unidad mundial.

Antes de comenzar, sin embargo, quisiera aclarar el abordamiento propuesto. Uno de los problemas que surgen del uso exclusivo de las Ciencias Sociales, bajo su actual definición y organización, es que nos coloca en la situación del chofer que maneja con la vista fija en el retrovisor, o del educador que trata al alumno según cómo era en el pasado y no en virtud de lo que puede llegar a ser en el futuro. Es decir, las Ciencias Sociales tienden a trabajar con un enfoque histórico que supone que nuestro futuro está limitado por su particular interpretación de lo que ha sido nuestro pasado.

Esta especie de esencialización del ser humano y de su sociedad restringe el campo de lo que se considera posible, en vez de buscar nuevas oportunidades insospechadas, pues niega la posibilidad de cambio – que la madurez de la humanidad pueda ser cualitativamente distinta a su niñez. El presente ensayo se inserta dentro de un enfoque que podría denominarse propositiva, que analiza el pasado, no para plantear un escenario probable, sino en búsqueda de herramientas que puedan servir para construir un futuro deseable.


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Anderson define la nación como “una comunidad política imaginada” cuyos miembros jamás conocerán a la mayoría de sus compatriotas, pero cuya imagen vive en la mente de cada uno como comunidad, por lo cual “todas las comunidades mayores que las aldeas primordiales de contacto directo (y quizás incluso éstas) son imaginadas” (1983: 23). Balibar es más enfático aún al afirmar categóricamente que “Toda comunidad social, reproducida mediante el funcionamiento de instituciones, es imaginaria”, es decir, “sólo las comunidades imaginarias son reales”. El reto fundamental, según este autor, consiste en que “el pueblo se produzca a sí mismo en forma permanente…” a fin de “producir el efecto de unidad mediante el cual el pueblo aparecerá a los ojos de todos ‘como un pueblo’…” (1991: 145-6).

Anderson (1983: 110) cita a Paul Ignotus en su “Invención de la Nación Húngara”, quien dice: “Una nación nace cuando unas cuantas personas deciden que así debe ser”. Como corolario, podríamos decir que un mundo unido nacerá cuando unas cuantas naciones decidan que así debe ser. El principal desafío, entonces, es que los pueblos del mundo logren imaginarse como ciudadanos de una unidad mundial; que se reconozcan como un pueblo planetario.

Según Chatterjee (1993: 6), esta imaginación que incide en la formación de una identidad nacional (en lo que llama el dominio ‘espiritual’ o ‘interna’: “la marca ‘esencial’ de la identidad cultural”), generalmente precede la creación de un estado (en la dimensión ‘material’ o ‘externa’, de la “economía, política, ciencia y tecnología”). Según dicho autor, el nacionalismo comenzó con la búsqueda de la soberanía espiritual, mucho antes de iniciarse siquiera la lucha por la soberanía política. Refiriéndose a esta primera fase, afirma que “si la nación es una comunidad imaginada, entonces es aquí donde inicia su existencia. En éste, su verdadero dominio esencial, la nación ya es soberana, aún cuando se encuentre en manos del poder colonial”.

Esta misma pauta de análisis podría aplicarse a las demás etapas críticas de la formación de familias, tribus y ciudades-estado. En cada una se ha debido interiorizar a nivel espiritual o interno antes de crear las instituciones que la encarne en el dominio material o externo. De la misma forma, tal vez en la actual crisis generada por el paso del estado-nación a una comunidad mundial de naciones, se requiera desarrollar una identidad generalizada de ciudadanía mundial en el dominio espiritual e interior, como prerrequisito para la construcción de nuevas instituciones internacionales y supranacionales.

En palabras de Anderson, hubo un ‘nacionalismo popular’ mucho antes de los ‘nacionalismos oficiales’. Balibar afirma que nación y estado no necesariamente van juntos, aunque la sociedad se nacionaliza a través del estado y sus políticas sociales: educación, seguridad social, etc.; que se ‘produce el pueblo’ mediante un doble proceso: las instituciones y el pueblo mismo. Es decir que, aunque una nación inicia como una comunidad imaginada, pronto sus ideales son encarnadas en forma de instituciones concretas, las cuales sirven para consolidar aún más la identidad colectiva.

Por tanto, a medida que la gente es capaz de imaginarse como comunidad mundial, resulta posible crear las instituciones internacionales y supranacionales que puedan encarnar sus ideales en la práctica, lo cual reforzará aún más su conciencia de ciudadanía mundial. El resultado será un proceso de ‘naturalización’ del concepto de ciudadanía mundial: así como no imaginamos un mundo sin familias, ciudades y países, tampoco podremos imaginar un tiempo cuando éstos hacían la ‘política del armamento’ en vez de coordinar sus intereses democráticamente.

Cuenta la historia que el nacionalismo comenzó en las Américas como movimiento liberatorio, pasando después a ser acogido por Europa, donde llegó a ser considerado el mayor regalo de ésta al mundo. Después de las dos Guerras Mundiales, causadas por el fracaso de Europa en manejar su nacionalismo étnico, el significado del ‘nacionalismo’ cambió del amor a la patria al odio al resto del mundo – un odio tan grande que fue capaz de destruir los hogares y segar las vidas de millones de civiles inocentes y dejar prácticamente en ruinas a un continente entero.

Chatterjee describe como ya en los años ’50 y ’60, el nacionalismo volvió a tomar un sentido anticolonialista a medida que las últimas colonias de Asia y África lograban su independencia. Cayendo prontamente muchas de éstas en luchas interétnicas, en los años ’70 el término ‘nacionalismo’ adquirió en los países occidentales un sabor al ‘salvajismo del tercer mundo’. Finalmente, desde los años ’90, ante el colapso de imperio soviético y la liberación de sus repúblicas satélites, el nacionalismo ha resurgido en Occidente como reacción excluyente a los ‘Otros’ percibidos nuevamente como un peligro latente para la paz mundial (1993: 3).

Ante estos y otros acontecimiento históricos, algunos autores opinan que la identidad se obtiene en contraposición a un ‘otro’. Mouffe, por ejemplo, dice que este antagonismo se debe a que “la condición de existencia de toda identidad es la afirmación de una diferencia, la determinación de un ‘otro’ que le servirá de ‘exterior’”, pues “para construir un ‘nosotros’ es menester distinguirlo de un ‘ellos’” (1999: 15-16).

Debido a estas teorías, muchas personas se resisten a creer que alguna vez las naciones de mundo puedan lograr su unidad política. Sin embargo, Anderson cuestiona la insistencia en “el carácter casi patológico del nacionalismo, su fundamento en el temor y el odio a los otros”, afirma que es “muy raro el hallazgo de productos nacionalistas… que expresen temor y aversión” e insiste en la “insignificancia del elemento odio” incluso en las ex-colonias frente a sus gobernantes imperialistas (1983: 200-1). También según Balibar, no es el contraste con el ‘otro’, sino la naturalización del “sentido de pertenencia” la que crea la identidad nacional (1991: 150). Y es justamente la cultivación de este ‘sentido de pertenencia’ del que se trata la conciencia de ciudadanía mundial.

Varios antropólogos más bien se concentran el en fenómeno del amor a la patria y se asombran ante la voluntad de sacrificar la vida por ella. Por ejemplo, Anderson encuentra que el nacionalismo inspira un amor patriae, que lleva al sacrificio, incluso de la vida misma, por la patria, y que lo describe como un amor ‘desinteresado’, ‘profundamente abnegado’, ‘generoso’, con una ‘aureola de pureza’, una ‘grandeza moral’, una ‘solidaridad básica que une’, asociado con el amor a la familia y el hogar, que “no difiere… de otros afectos” (1983: 200–3, 217).

Podríamos hipotetizar que cada etapa de la evolución social se ha logrado cuando la gente ha llegado a sentir este amor desinteresado por su respectiva unidad y se ha considerado parte integra de ella, como miembro de ese cuerpo político. Si este amor nace de las mismas fuentes del ser que hizo posible la formación de familias, tribus y naciones, entonces ahora en los albores del siglo XXI, ¿qué nos impide imaginar que nos podrá servir también para sentir afecto por el planeta y desarrollar una conciencia de ciudadanía mundial?

Esto no significa que un estado deba abrazar a un enemigo que pretenda hacer daño a su pueblo, pero ante las amenazas percibidas como provenientes de sus vecinos, un país tiene dos opciones. Puede encerrarse dentro de sí en una actitud exclusivista y proteccionista, o puede abrirse ante el otro en un intento positivo de resolver sus diferencias y fortalecer sus relaciones.

El nacionalismo, en su acepción actualmente popular, describe la primera actitud, mientras que la segunda posibilita el avance de la ciudadanía mundial. Pues ésta no niega la importancia de un sano amor a la patria, sino que lo trasciende, colocándolo dentro del contexto de una lealtad más amplia con el bienestar de la raza humana como un todo. La conciencia planetaria no concibe de dañar a otro país con el propósito de enaltecer al propio, de la misma manera como no le sirve a una nación el regionalismo y la pugna entre provincias, cantones, parroquias y familias. Más bien posibilita el establecimiento de un sistema legal que precluya la posibilidad de una agresión externa.

Entre los que rechazan la posibilidad de una unidad mundial se hallan quienes recurren a argumentos basados en las diferencias raciales y étnicas entre naciones. Sin embargo, para varios expertos en el tema, el racismo ni siquiera fue un factor positivo en la formación de identidades nacionales, sino que ha restado fuerza a ésta. Para Anderson, por ejemplo, el racismo es abiertamente destructivo del nacionalismo, pues éste último “piensa en términos de destinos históricos, mientras que el racismo sueña con contaminaciones eternas” (1983: 210). El argumento de la raza más bien se basa en las clases y sus ideologías, no en naciones y sus identidades; es lo que ha permitido justificar represiones tanto domésticas como coloniales e imperiales, asociadas con el ‘nacionalismo oficial’ de Europa hacia sus colonias.

Para Balibar también (1991), resulta falso representar a un pueblo como una unidad étnica. Explica que “la idea de comunidad de raza hace su aparición cuando las fronteras del parentesco se disuelven a nivel de clan, de comunidad, de vecindad… para desplazarse imaginariamente al umbral de la nacionalidad: cuando nada prohíbe la alianza con cualquiera de los ‘conciudadanos’ y, todo lo contrario, ésta se presenta como la única ‘normal’, ‘natural’ (155). Afirma que “cualquier tipo de rasgo somático o psicológico, visible o invisible, es susceptible de servir para construir la ficción de una identidad racial” (154) y que “la comunidad de raza se puede representar como una gran familia o como la envoltura común de las relaciones familiares” (156). Prevé una ampliación de “la sustancia hereditaria de la etnicidad” desde la nación (i.e., la “germanidad”) hasta el nivel de región (i.e., la “raza mediterránea”), de continente (i.e., la “europeidad”) y de hemisferio (i.e., la “occidentalidad”) (160).

Es sólo un pequeño paso más hasta llegar finalmente al nivel mundial (i.e., la “humanidad”). El que los diversos pueblos sean como las ramas de un mismo árbol, es una perspectiva que concuerda con los más recientes hallazgos biológicos, pero que aún no ha logrado calar profundamente en el psique de las masas. El fomento de la ciudadanía mundial deberá enfatizar la pertenencia a una sola ‘raza humana’, aunque infinitamente variada en sus formas, colores y expresiones étnicas.

Hemos dicho que un aspecto importante de la identidad es el sentido de pertenencia – de dónde venimos. Anderson (1983: 85) cita a Victor Turner al mencionar que los viajes – entre épocas, posiciones o lugares – constituyen “una experiencia que crea significados”, para lo cual “requieren de interpretación”, y que “el viaje por excelencia es la peregrinación”. Sin minimizar el impacto de los viajes virtuales que cientos de millones de seres humanos toman a diario ante la pantalla del televisor y la computadora, las peregrinaciones modernas incluyen los viajes y mudanzas con organizaciones transnacionales, el turismo internacional, la migración sur-norte de mano de obra, así como el constante flujo de refugiados que huyen de la persecución, el hambre, la enfermedad, la guerra, etc.

De este modo, no es extraño conocer a una persona que nació en un país de padres oriundos de otros, se crió en un tercero, hizo su hogar en una cuarta patria, cumple contratos por Internet con un quinto, vacaciona a un sexto y sueña con jubilarse en un séptimo.[4] Cuando se le pregunta ‘de dónde es’, le resulta difícil contestar sin explicación previa. Esta multi-nacionalidad de los individuos es un fenómeno creciente, que está rompiendo los muros del provincialismo de una época en que las personas nacían, crecían, formaron su familia y morían en el mismo sitio y rara vez se alejaban de su comunidad natal.

Según Balibar (1991: 138), las nuevas estructuras son integradas tras la repetición de hechos coyunturales. ¿Cuáles son los ‘hechos coyunturales’ actuales que van ‘integrando las nuevas estructuras’ de un mundo unido? Uno de los principales factores en el desarrollo de un sentido de pertenencia, así como de exclusión, es el lenguaje. Como elemento de pertenencia, Anderson afirma poéticamente que “Lo que el ojo es para el amante…, la lengua es para el patriota” (1983: 217). En Europa, “la nacionalidad [era] ligada a una lengua de propiedad exclusiva” (Anderson 1983: 103) y hasta hoy representa un atolladero para la unificación del continente, mientras que en Sudamérica, este siempre ha sido un factor que ha favorecido un sentimiento de fraternidad entre sus países y motivo de un creciente acercamiento.

Sin embargo, Balibar indica que las lenguas nacionales también han sido utilizadas como estrategia para ampliar la comunidad nacional, siendo más fácil aprender un nuevo idioma que cambiar de raza o género: “…la construcción lingüística de la identidad es abierta por definición. Ningún individuo ‘elige’ su lengua materna, ni la puede ‘cambiar’ a voluntad” (1991: 153). Mediante el aprendizaje del lenguaje, la nación deja de ser una comunidad cerrada para convertirse en una institución que invita a pertenecer, a naturalizarse.

Anderson explica que las “lenguas impresas echaron las bases de la conciencia nacional en tres forma”. Crearon “campos unificados de intercambio y comunicaciones”, dieron “nueva fijeza al lenguaje” y “crearon lenguajes de poder” (1983: 72-3). Tal como la consolidación de lenguas nacionales, a través de la imprenta, ayudó a formar una conciencia nacional, así mismo una lengua universal, a través de las nuevas tecnologías informáticas y de comunicación, ayudará a formar una conciencia de ciudadanía mundial. Este idioma debe ser auxiliar a la lengua materna de cada pueblo, pues sólo así se conservará del actual peligro de extinción a la diversidad de lenguas en el mundo, a la vez que se consolide la conciencia de ciudadanía mundial.[5]

Incluso los mapas, censos y monedas pueden aportar a la ciudadanía mundial. Actualmente, muchos mapas mundiales prescinden de fronteras para representar asuntos ecológicos, socioculturales, económicos, etc. Esto no significa que las fronteras deban eliminarse, pues resultan útiles como mecanismos que facilitan la administración, así como entre provincias, cantones o parroquias dentro de un mismo país. De la misma manera como los mapas locales sirven para la planificación territorial y son contestados por la población (c.f.: Radcliff), los mapas mundiales computarizados son instrumentos de aprendizaje y trabajo, dinámicos y cambiantes, constantemente cuestionados y reelaborados.

Las monedas nacionales también fomentan el sentido de identidad; el movimiento paulatino pero seguro hacia una moneda mundial, una tendencia que hallaría su culminación tras el establecimiento de un estado mundial, tiene el potencial para promover de manera importante la conciencia de ciudadanía mundial.[6] Actualmente, los censos nacionales también alimentan estudios demográficos mundiales, como el Informe de Desarrollo Humano producido anualmente por el PNUD, el cual debería incluir entre sus ‘indicadores de desarrollo sostenible’ la promoción del principio de la unidad de la humanidad y los esfuerzos por promover la tolerancia y el aprecio por otras culturas, la igualdad de sexos y el concepto de una sola familia humana mediante los currícula, los entretenimientos y los medios de comunicación.

Un aspecto de gran importancia para la materia en cuestión es la educación. Según Balibar (1991: 152–), el mensaje que comunica la escuela actual, en calidad de transmisor de los valores nacionales, es de subjetividad nacional: que somos una gran familia, utilizando a la familia como metáfora de la nación. Es apenas un pequeño paso más decir que somos una sola familia humana; si la escuela ha servido para crear un sentido de familia nacional, también podrá crear un sentido de familia mundial. La ciudadanía mundial, así como la unidad de la humanidad - principio en el cual se basa – debe enseñarse en todas las escuelas.

Se debería estudiar experiencias prácticas como la del Valle del Cauca en Colombia (Rappaport 2003), donde se utiliza la escuela como ‘laboratorio social’ construir un nuevo proyecto de nación basado en el concepto de la unidad en diversidad. Allí los estudiantes aprenden elementos occidentales sin perder lo propio, formando líderes comunitarios capaces de aceptar o rechazar conscientemente las influencias externas.

Para crear una ‘comunidad imaginada’ se requiere de un uso cuidadoso de ‘imágenes’. Los medios masivos nos dan constantes imágenes de nuestra comunidad mundial, de los cuales nos van creando un ‘imaginario’ de nuestros conciudadanos mundiales. Las cualidades de dichas imágenes influyen profundamente en nuestra posibilidad de percibir la unidad/desunión de los pueblos de la tierra y sentirnos o no ciudadanos de ella. ¿Nos inspiran sentimientos de amor y fraternidad, o de odio y enemistad? Los ‘espejos’ de los pueblos (i.e., las artes y especialmente el cine), reflejan un mundo en pugna más que un mundo que se une. El ‘Síndrome de Mad Max’ – escenario de un mundo destruido por la guerra y la sociedad reducida a diversas ‘tribus’ que siguen luchando entre sí por la supremacía – aún está vigente en Hollywood.

Esto contrasta con símbolos de unidad mundial, como la hermosa e inspiradora vista de un solo planeta Tierra visto desde el espacio. Según imaginamos al mundo, lo crearemos en la realidad. Hoy en día, recibimos mensajes de periódicos y revistas de alcance mundial, libros que se publican simultáneamente en docenas de idiomas, cadenas de televisión por cable y satélite que se ven al mismo tiempo en todo el planeta, masificación de la información mediante el Internet, etc. los medios masivos tienen la capacidad de demostrar la interdependencia de un mundo donde lo que afecta a un país incide en todos. La prensa posibilitó el surgimiento de las diferencias necesarias para las etapas primitivas de la democracia nacional; ahora debe facilitar su unificación, en el sentido del interrelacionamiento orgánico de esa rica diversidad, llevando a nuevas alturas de democratización mundial.

Otra fuerza poderosísima para el cambio social es la religión, entendida no necesariamente como un sistema eclesiástico, sino como una facultad del ser humano. Sin embargo, Balibar habla del nacionalismo y el patriotismo como “la religión de los tiempos modernos”, de la “idealización de la nación”, de la “sacralización del Estado”, de la ley como su verdad, de la comunidad nacional como el “pueblo escogido”, a los cuales “se puede transferir el sentimiento de lo sagrado, …de amor, respeto, sacrificio, temor que han cimentado las comunidades religiosas” (1991: 148-9). Anderson sugiere que la comunidad religiosa ha sido reemplazada por la comunidad nacional, y que en el sectarismo religioso se pueden detectar “las semillas de una territorialización de las creencias que anuncia el lenguaje de muchos nacionalistas (‘nuestra’ nación es ‘la mejor’, en un campo comparativo, competitivo) (1983: 36).

Considero, sin embargo, que este no es sino una concepción particular e históricamente determinada de ‘religión’, que encajaba bien con etapas tempranas de la evolución social de la raza humana. Así se podría hablar de un ‘tribalismo religioso’ (cuando cada tribu tenía su divinidad propia y la actual proliferación de sectas), un ‘dinasticismo religioso’ (representado en instituciones como el papado o califato y toda la jerarquía subyacente) y, ahora, de un ‘nacionalismo religioso’ o ‘religiosidad nacionalista’ (visto tanto en la existencia de religiones oficiales o de estado como en la satanización de toda una nación enemiga). De este modo, las comunidades religiosas han tomado ciertas formas y se han relacionado con el estado de ciertas maneras, que eran apropiadas para ese momento particular.

Con el surgimiento del estado nacional, se observa que ciertas comunidades religiosas han cambiado su forma jerárquica a configuraciones más democráticas; y prácticamente todas se han visto obligadas a modificar su relación con el estado. Debido a la renuencia de la Iglesia Católica a cambiar, fue necesario mediante la Revolución Liberal lograr un divorcio entre la religión tiránica por una parte y el estado democrático por otra. Desde ese momento, la iglesia ha venido adecuando su modus operandi a la vida democrática. Dicho de otra forma, el paso no fue de religión a política, sino de tiranía a democracia en las estructuras tanto religiosas como políticas.

Si no fuera así, lo que veríamos ahora sería simplemente el paso de la tiranía religiosa a la tiranía política (lo cual sí se dio, al menos temporalmente, en algunos lugares). Un mundo unido requerirá de un paso adicional en la evolución de las comunidades religiosas y políticas, de la exclusividad a la inclusión. Reemplacemos el dios de la soberanía nacional y la religión del estado de seguridad nacional, con los principios de la soberanía compartida y la seguridad colectiva.

Lomnitz observa como los políticos populistas suelen tratar de unir al pueblo en contra de alguna fuerza opresora, “extremando la confrontación como estrategia retórica”. ¿Es posible aprovechar este mecanismo para promover la unidad mundial? Chatterjee observa en la formación de naciones independientes la “imbricación de dos discursos o dominios”: la “política de élite” y la “subalterna”. Afirma que el juego de intereses entre los dos obliga a “un reconocimiento en el dominio de élite de la presencia muy real de una arena de política subalterna a la cual debe dominar y que a la vez ha de ser negociada en sus propios términos para los fines de producir el consentimiento” (1993: 12-13).

A menudo se suele suponer que la unidad mundial signifique la eliminación de las diferencias y la homogeneización de todos sus pueblos, clases, razas, etc. Sin embargo, al hablar de lo nacional, Lomnitz enfatiza que tampoco la unidad nacional significa necesariamente la afiliación entre pares, sino que existen jerarquías nacionales. No hay ningún motivo para suponer que en la unidad mundial ha de ser diferente. Recordemos que la consigna de la ciudadanía mundial, según nuestra definición, es la “unidad en la diversidad”. Así mismo, lejos de eliminar la dinámica de fuerzas e intereses, tan importante para los politólogos, lo que pretendería un sistema legal internacional es más bien regular su operación dentro de un marco equitativo y democrático, tal y como se procura hacer en un gobierno nacional. Si esta función reguladora es positiva para el estado-nación, ¿por qué no ha de serlo para un estado mundial?

Los obstáculos principales ante la unidad mundial son filosóficos, no prácticos. Consisten en las taras del paradigma mecanicista en las ciencias sociales y humanas. La esencialización del ser humano como ente incorregiblemente egoísta, agresivo, competitivo y avaro – el homo económicus de Adam Smith y Karl Marx. El concepto de la sociedad humana como fundamentada en los principios del conflicto inherente y su actividad política como pugna de poderes.

Sin embargo, el dinosaurio del mecanicismo, tara heredada de una Física Newtoniana ya caduca, está quedando extinto en todas las ciencias y siendo reemplazado por un paradigma organicista, más acorde con los avances de la ‘nueva física’, la ‘nueva química’, la ‘nueva biología’, etc. Entre otras cosas, este paradigma mecanicista en las Ciencias Sociales sostiene que una unidad no será motivada por sentimientos de amor un unidad universal, sino que sólo puede lograrse en contraposición a y agonismo con un “Otro”.

Bajo esta óptica, algunos autores han ido al extremo de sugerir que sólo una invasión de extraterrestres podría lograr la unidad mundial por repelerla. Otros nos recuerdan que en las diversas guerras mundiales, descalabros económicos internacionales, desastres ecológicos planetarios, ‘hemos encontrado al enemigo y él es nosotros mismos’, en forma de nuestra propia insistencia en aferrarnos al fetiche de la soberanía nacional ilimitada. Un último grupo propugnan una mundialización contestataria, revolucionaria, antiimperialista, que evidencia ciertos paralelos con el espíritu que motivó los nacionalismos surgidos durante la lucha americana por la independencia, pues señalan que sólo mediante el establecimiento de un sistema legal supranacional, un orden democrático mundial, se podrá evitar los abusos de poder que se presentan en el actual estado de anarquía internacional.

Aunque el término ‘nacionalismo’ entró en el léxico común apenas a fines del siglo 19, hoy “…la nacionalidad es el valor más universalmente legítimo en la vida política de nuestro tiempo” (Anderson 1983: 19). Trabajemos por un día en que el concepto de unidad mundial será tan natural y persuasivo como lo es actualmente el concepto de unidad nacional. Al “no hay en el mundo lugar como éste” de Cumandá se añada un “no hay en el universo planeta como éste”. Según Anderson, “ninguna nación se imagina con las dimensiones de la humanidad. Los nacionalismos más mesiánicos no sueñan con que habrá un día en que todos los miembros de la humanidad se unirán a su nación” (1983: 25).

Es nuestra tarea lograr que cada pueblo sueñe con el día en que su nación se unirá como miembro de una sola humanidad unida. Ayudemos a la humanidad a pasar del homo nationalis de Balibar (1991: 145) a una nueva raza de hombres: el homo mundialis. Termino este pequeño esfuerzo con un pensamiento de éste último autor:

“Cada ‘pueblo’… está obligado actualmente a encontrar su propia vía de superación del exclusivismo o de la ideología de la identidad en el mundo de las comunicaciones transnacionales y de las relaciones de fuerzas planetarias. Mejor aún: cada individuo está obligado a encontrar en la transformación del inconsciente colectivo de “su” pueblo los medio de salir de él y comunicar con los individuos de los otros pueblos, que tienen los mismos intereses y, en parte, el mismo futuro que él” (Balibar 1991: 162-3).


BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA[7]

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NOTAS:

1. Anderson las llama ‘sistemas dinásticos’ y las diferencia de las naciones como sigue: “El reino se organizaba alrededor de un centro elevado. Su legitimidad derivaba de la divinidad, no de la población, ...los individuos …eran súbditos, no ciudadanos, …los estados se definían por sus centros, las fronteras eran porosas e indistintas, las soberanías se fundían imperceptiblemente unas en otras… y … se expandían por la guerra y la política sexual” (1983:39-40).

2. No se quiere, con esta descripción escueta, sugerir que la diferencia entre estos niveles progresivos de complejidad socio-política sea meramente cuantitativa o sumativa. Al contrario, se trata de saltos cualitativos que involucran tanto a nuevas formas compartidas de pensar como a la reorganización de la vida colectiva. Tampoco supone una evolución universalmente lineal, sino un proceso que ha seguido diversos caminos en diferentes latitudes, cada uno con sus avances y reveses.

3. La mejor definición que conozco se halla en una declaración ante la ONU en junio de 1993 por la Comunidad Internacional Bahá'í, titulada “Ciudadanía Mundial – Ética Global para el Desarrollo Sostenible":
La ciudadanía mundial comienza con la aceptación de la unidad de la familia humana y la interconexión de las naciones de “la tierra, nuestro hogar”. En tanto estimula un patriotismo sano y legítimo, también insiste sobre una lealtad más amplia, un amor a la humanidad como un todo. No obstante, no implica el abandono de lealtades legítimas, ni la supresión de la diversidad cultural, ni la abolición de la autonomía nacional, ni la imposición de la uniformidad. Su consigna es "unidad en diversidad”. La ciudadanía mundial abarca los principios de justicia económica y social, tanto dentro como entre las naciones; toma de decisiones sin actitud de adversarios en todos los niveles de la sociedad; igualdad de los sexos; armonía racial, étnica, nacional y religiosa; y estar dispuestos a hacer sacrificios en pro del bien común. Otras facetas de la ciudadanía mundial – todas las cuales promueven el honor y la dignidad humanas, la comprensión, la amistad, la cooperación, la confiabilidad y un deseo de servir – se pueden deducir de las ya mencionadas.

4. Para quien dude del realismo de esta descripción del individuo multi-nacional, se acerca a la situación del presente autor y de varios de sus amistades.

5. Sin considerar el enorme ahorro en el gasto público por concepto de traducción e interpretación.

6. Podrían incluir símbolos de su país de origen, como el euro, que es uno solo con distintivos de cada país.

7. Las citas tomadas de las fuentes bibliográficas en inglés han sido traducidas por el presente autor.

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