martes, noviembre 20, 2012

Naturaleza del Hombre como Ser Espiritual

En ensayos anteriores analizamos dos modelos mentales basados en la concepción del hombre como animal rational: los del ser humano como agresivo y egoísta por naturaleza. Concluimos que estos planteamientos no sólo carecen de fundamento científico, sino que operan como profecías que imponen su propio cumplimiento, resultando en la generación de una cultura de mezquindad y violencia.

En la presente sección conoceremos brevemente algunas concepciones del ser humano como ser espiritual, las cuales se pueden agrupar bajo tres perspectivas generales del hombre: su maldad innata, su bondad inherente y su doble naturaleza. En este caso, debido al carácter sensible del tema, nos limitaremos a describir los modelos mentales y sus efectos, sin cuestionar sus fundamentos filosóficos y religiosos, lo cual se dejará a criterio del lector.


a. La Maldad Innata

Según una concepción que ha tenido especial acogida entre las sociedades occidentales, el ser humano es inherentemente ‘malo’. Son varias las explicaciones que se suelen dar para apoyar esta perspectiva. Unos lo ven como un ángel caído, que debe esforzarse por volver a su condición original en el cielo. Otros consideran que ha heredado una transgresión cometida por los antepasados comunes de toda la humanidad. Otros más creen que por motivos históricos, Dios ha permitido a un ‘diablo’ reinar en el mundo humano durante cierto tiempo. Finalmente hay quienes, observando la situación del mundo, concluyen que hay alguna falencia en el alma humana que nos impulsa hacia la maldad.

Estas nociones, aunque de diversa índole y origen, tienen algunos efectos positivos en común. Llevan al reconocimiento de que todo ser humano posee el potencial para cometer actos que obran en contra de su bienestar propio y el de los demás. Esto puede generar en las personas la humildad necesaria para admitir su propia debilidad, imperfección y necesidad del apoyo de otros, o de Dios. También puede dar lugar a una actitud saludable de tolerancia, comprensión y compasión ante las falencias de los demás.

Sin embargo, el considerar al espíritu humano como malo por naturaleza, también puede acarrear algunos resultados indeseables. Por ejemplo, ha hecho que algunos esfuerzos por mejorar la condición humana se centren más en atacar lo malo que en cultivar lo bueno. Numerosas investigaciones han demostrado que este tipo de enfoque surte el efecto contrario, al reforzar más bien el mal que se busca erradicar. Por otra parte, se ha visto que a menudo la creencia en nuestra maldad inherente se emplea como justificación para no esforzarnos por mejorar, so pretexto de que somos ‘sólo humanos’, o que “el diablo me obligó a hacerlo”.

b. La Bondad Inherente 


Una segunda concepción, común entre las culturas orientales, es que el ser humano es esencialmente bueno. Dentro de esta categoría también existe una amplia gama de ideas. Algunos afirman simplemente que por definición Dios es bueno y que por tanto su creación debe necesariamente ser buena, por lo que el hombre no puede ser malo. Otros creen que el hombre puede evolucionar espiritualmente hasta llegar a ser Dios, o que ya es parte de Dios, entendido éste como la suma de todo lo existente. Para explicar la existencia del mal en el mundo humano, se suele responder que aunque somos creados buenos, la sociedad nos corrompe. 

Estas nociones también comparten ciertas implicaciones positivas. Llevan a la aceptación de que todo ser humano posee el potencial para actuar de manera moral, en una forma que beneficie a la totalidad. Tienen el efecto de promover una autoimagen positiva. También centran la atención de cada uno en la semilla de bondad que yace en los demás, lo cual fomenta el desarrollo de esas características deseables. Finalmente, tiende a aumentar la eficacia de los esfuerzos por mejorar la condición humana, concentrando los esfuerzos más en estimular las cualidades positivas que en atacar los defectos.

Sin embargo, la concepción de la bondad inherente del ser humano también puede inducir al error. Por ejemplo, algunos pedagogos convencidos de esta filosofía han creído que se debe dejar que la bondad inherente en los niños aflore ‘naturalmente’ sin la intervención de los adultos. Sin embargo, la mayoría de personas precisamos de ayuda para encausar y disciplinar nuestros talentos y cualidades, así como para desalentar cualquier actitud o comportamiento negativo. Además, pasando a una escala más amplia, estos supuestos pueden llevar a las personas a no oponer resistencia a los males de la sociedad, pensando que la bondad inherente en el hombre hará que se resuelvan por sí solos con el tiempo.

c. Un Enfoque Alternativo

Como en tantos aspectos de la vida, cuando existen dos planteamientos opuestos, a menudo la realidad no se encuentra en ninguno de los dos extremos, sino en el reconocimiento de su complementariedad. En el caso que nos ocupa, una tercera concepción del ser humano, que cobra cada vez más aceptación tanto en occidente como en oriente, es que el ser humano posee una ‘doble naturaleza’. Frente a las limitaciones implícitas en las concepciones respecto a la maldad innata del hombre versus su bondad inherente, este enfoque más equilibrado conserva los beneficios de ambos modelos a la vez que obvia sus efectos negativos.

Por una parte, se acepta que el alma humana posee en forma latente o potencial todas las hermosas cualidades que se atribuyen a Dios, como amor y sabiduría, justicia y misericordia, poder y ternura, y muchas más. Este aspecto del ser humano – que podríamos llamar su naturaleza superior o esencia noble – explicaría la afirmación de que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Es como decir que Dios ha sembrado en el espíritu humano la semilla de todos sus maravillosos atributos.

Por otra parte, se reconoce que los humanos también poseemos un lado oscuro que nos induce hacia actitudes egoístas y comportamientos dañinos. Este aspecto de nuestro ser, que se podría denominar la naturaleza baja o inferior, es el que nos arrastra hacia el odio y divisionismo, la opresión e injusticia, la perversidad y corrupción. El alma, como un espejo, puede reflejar los vicios de una naturaleza inferior, o tornarse hacia arriba y llegar a ser un reflejo cada vez más fiel de las cualidades divinas.

Estos dos aspectos del ser humano se encuentran en constante lucha entre sí, tema de muchas obras escritas y dramáticas. Es como si nuestra naturaleza superior, o nobleza esencial, fuera la motivación y energía que nos impulsan a escalar una alta y empinada montaña, mientras que nuestra naturaleza inferior sería la gravedad y el cansancio que nos halan hacia abajo y frenan nuestro avance.

Decíamos que los conceptos de la maldad innata y bondad inherente del ser humano no suelen llevar al cultivo intencional de lo bueno, porque en respuesta al uno se ataca lo malo y bajo el otro se espera a que aflore naturalmente la bondad. La comprensión de la doble naturaleza del ser humano, en cambio, exige cultivar lo bueno, ya que sin luz sólo queda oscuridad. Así como se prende una lámpara para iluminar las tinieblas, el cultivo de la virtud suplanta el vicio.

Si poseemos en potencia todas las cualidades celestiales, entonces nuestro verdadero destino consiste en desarrollar aquellos atributos que yacen latentes en nuestro ser, así como el destino de una semilla es llegar a ser un árbol grande, lleno de hojas, flores y frutas. Sabemos que la semilla debe ser sembrada cuidadosamente y cultivada con paciencia si ha de manifestar todo su potencial y así cumplir con su destino inherente. De modo similar, hace falta esfuerzo para sacar a la luz aquellas cualidades que yacen ocultas en el alma humana.

El reconocer la existencia de estos atributos en el ser humano es un primer paso, pero si esperamos a que surjan por sí solas, lo más probable es que se sequen por falta de riego y sean reemplazadas por malezas. La elección es nuestra.




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