martes, noviembre 20, 2012

Rescate de la Utopía

Al hablar de la transformación personal y del orden social, con frecuencia se escucha la objeción de que es utópico, es decir, un sueño imposible. Sin embargo, uno de los requisitos de dicha transformación es justamente el de contar con una visión positiva del futuro. Antes de iniciar la construcción de un edificio, todo buen arquitecto dibuja planos y elabora maquetas que comunican lo que tiene en mente. Los actores visualizan su actuación antes de subir al escenario. La empresa exitosa forja una visión compartida con el que todo su personal pueda comprometerse.


Del mismo modo, debemos alentar a la gente en la aventura de imaginar los procesos por los cuales podrá alcanzarse un mundo de justicia, unidad y paz. A la vez, hay que facilitar la búsqueda y aplicación de medidas concretas y realizables para hollar ese camino, por más largo y pedregoso que pueda resultar.

Hasta fines del Siglo XIX, en el mundo occidental se creía en la posibilidad de un futuro mejor, pues predominaban conceptos de evolución social hasta un estado ideal y de la perfectibilidad del ser humano. Sin embargo, como resultado de los horrores vividos durante la primera mitad del Siglo XX, muchas personas se tornaron escépticas en cuanto al potencial humano. Comenzaron a tachar de ‘utópica’ a toda propuesta de construir un mundo de justicia, unidad y paz.

De este modo se dio un duro golpe a la capacidad de la gente para generar una visión positiva del mundo deseado y, con ella, su capacidad para trabajar hacia esa visión. Es necesario ayudar a la gente a recuperar su fe en la humanidad y encaminarla hacia su paulatina recuperación.

Al indagar más profundamente en el por qué una visión de futuro es rechazada como ‘utópica’, se encuentra que gran parte del problema está en la manera como se propone realizarla. Por ejemplo, la cultura de paz deseada no puede encerrarse en una comunidad aislada, una isla de tranquilidad en un mar de tribulación, como han imaginado muchos autores utópicos. Más bien ha de gestarse dentro de la sociedad actual, cambiando sus estructuras y prácticas desde adentro.

En una utopía posible, la unidad buscada no implica una uniformidad impuesta, ni la diversidad debe necesariamente llevar al divisionismo. Como hemos visto, estos dos aspectos deben dar lugar a una unidad en diversidad que preserve y cultive la riqueza inherente en la pluralidad, a la vez que integra y coordina los diversos elementos en el concierto de la humanidad. El cuerpo humano ilustra esta posibilidad perfectamente. A pesar de constituir un organismo biológico complejo, no obstante preserva una armonía absoluta entre cada una sus células, órganos y sistemas especializados, sin lo cual no serían posibles sus grandes hazañas.

Asimismo, aquellas propuestas que se han centrado únicamente en la transformación de los individuos con la esperanza de que su efecto cumulativo transforme la sociedad, no han logrado el resultado deseado, como tampoco lo han alcanzado aquellos movimientos que se han limitado a la modificación de las estructuras de la sociedad bajo el supuesto de que ésta efectúe un cambio de sus miembros. Como se ha mencionado en lo anterior, esta falsa dicotomía entre el determinismo social versus el individual, debe dar paso al reconocimiento de la dinámica inextricable entre las dos.

El mundo deseado no surgirá repentinamente de la nada, sino que necesariamente ha de seguir un proceso histórico más o menos largo, eso sí con sus períodos de gestación y sus puntos de inflexión. Tampoco la tan ansiada cultura de paz puede considerarse un producto acabado –el logro final de una sociedad ideal–, sino un permanente caminar en el que siempre habrá un nuevo problema que resolver, un horizonte más lejano por conquistar. Finalmente, ninguna visión tendrá éxito si se limita a considerar el bienestar material de la población, sino que ha de tomarse en cuenta el desarrollo del ser humano íntegro, en sus aspectos físicos, intelectuales, sociales, emocionales y espirituales.

Conclusiones

¿Es posible cambiar los modelos mentales existentes sobre la naturaleza humana y la sociedad y las conductas individuales y colectivas a las cuales llevan estos modelos mentales? La cultura de conflicto, basada en el “poder contra” y la búsqueda del interés propio, está tan profundamente arraigada en el mundo actual que parece natural, inevitable e inescapable. De hecho, para aquellos cuyas experiencias cotidianas están profundamente sumergidas en este ambiente, otro modelo de interacción humana y social puede parecer irrealista, utópico y aun anormal.

Sin embargo, hay muchos casos en la historia humana de prácticas culturales ampliamente aceptadas que gradualmente llegaron a ser obsoletas y finalmente fueron erradicadas. Algunos ejemplos incluyen la esclavitud, la negación del sufragio universal y la privación de los derechos humanos a ciertos segmentos de la población. En una época cuando predominaba en mayor grado el modelo mental divisionista, estas prácticas parecían naturales e inevitables. Sin embargo, ahora virtualmente todos los países del mundo aceptan un conjunto de derechos básicos aplicables a todas las personas.

Además, conforme comienza a desplazarse la visión anticuada de la sociedad, surgen otros modelos, estructuras e instituciones que apoyan las nuevas comprensiones y las arraigan más profundamente. Si buscamos estas señales en la sociedad contemporánea, veremos que las iniciativas basadas en el beneficio mutuo y la reciprocidad van en aumento, tanto en amplitud como en número. Sus ejemplos incluyen los movimientos globales para proteger el medio ambiente, abogar por los derechos humanos, luchar contra la corrupción, mitigar las enfermedades y erradicar la pobreza. Estos movimientos reflejan los primeros destellos de una nueva visión de la sociedad que busca el bienestar de todos, la cual es coherente con un nuevo marco conceptual del ser humano que pone énfasis en su nobleza y capacidades potenciales.

La adopción de un marco conceptual con elementos claramente identificados sirve como una herramienta poderosa que nos ayuda a superar los modelos mentales anticuados, a la vez que afianza una nueva comprensión de la naturaleza humana y de la sociedad. Identificar aquellos elementos que habrán de incluirse dentro de este marco conceptual, reflexionar sobre los mismos y luego apropiarnos de ellos, desarrollando las capacidades necesarias para integrarlos en nuestras vidas, constituyen pasos imprescindibles en nuestra propio proceso de transformación. Nuestra exploración de las falencias en los modelos mentales predominantes acerca de la naturaleza tanto del ser humano como del orden social, nos han dado algunas pautas más respecto a aquellos elementos que han de entrar en nuestro marco conceptual.

Será necesario reconocer claramente la doble naturaleza del ser humano. Aunque podemos actuar de manera agresiva, egoísta, hedonista e interesada, también tenemos el potencial de desarrollar cualidades como bondad, unidad, cooperación, solidaridad y justicia. A la vez, será necesario transformar el concepto de poder, reemplazando el concepto de “poder contra” por aquel del “poder con”, el cual potencia el desarrollo de todos los involucrados, a la vez que resulta en avances más significativos para la sociedad.

De hecho, a lo largo de la historia son estas cualidades las que han impulsado el avance de la civilización y hoy en día nos pueden ayudar en la transición hacia una sociedad planetaria justa, unida y pacífica.




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