martes, noviembre 20, 2012

¿Somos Naturalmente Egoístas?


Otro de los modelos mentales que se desprenden de la concepción del hombre como animal racional, es el de que los seres humanos seamos egocéntricos y mezquinos por naturaleza. Según esta noción, los seres humanos sólo buscamos satisfacer nuestras propias necesidades, motivados únicamente por intereses personales.

Aunque muchos reconocen a estos rasgos como indeseables, creen que son inevitables debido a la naturaleza humana, no porque tengan pruebas científicas de ello, sino en base a la amplia popularidad que goza este supuesto. Además, muchas de las actuales instituciones sociales están organizadas en base a este mito del hombre egoísta, lo cual ha servido para reforzar este imaginario.


En la economía este modelo mental incluso tiene nombre – el homo economicus – que define al hombre como un ser que produce y consume motivado únicamente por sus propios intereses materiales. Sobre esta base se elaboró la teoría de la ‘elección racional’: que una persona ‘racional’ siempre elegirá lo que le beneficia, aunque sea a expensas de otros.

Sin embargo, aquello que hace aparentemente natural esta elección en ciertas culturas no es su racionalidad, sino el hecho que el proceso de aculturación y socialización desde la infancia hace que ésta sea la primera reacción. Una persona criada dentro de otra cultura no necesariamente tendrá la misma inclinación.

Tan amplia ha sido la aceptación del mito del hombre egoísta, que no fue hasta los años 1960 que los científicos comenzaron a analizar seriamente sus supuestos. Y se sorprendieron al encontrar que son mucho más frecuentes de lo que antes se creía tales cualidades como la empatía (poder sentir lo que siente el otro), el ‘altruismo’ (ayudar a una persona necesitada sin esperar recompensa) y toda una gama de comportamientos ‘prosociales’ (compartir, ayudar, consolar, cooperar). Incluso, numerosas investigaciones psicológicas han demostrado que el desarrollo de tales actitudes constituye una parte natural de la formación del carácter de la persona normal.

El recién nacido no distingue claramente entre él y otros, pero llora más intensamente cuando oye el llanto de otro bebé, evidenciando una tendencia innata a responder ante las necesidades de los demás como si fueran propias. Al año, se muestra preocupado cuando alguien se lastima o muestra tristeza. Ya a los dos años de edad, distingue entre sus propios sentimientos y los de otros, pero aún así busca consolar a quien muestra señales de dolor, y sus emociones empáticas son más complejas. Los niños más grandes son capaces de comprender las condiciones de vida de otras personas y diferenciar si sus problemas son agudos o crónicos, o si se deben a su pertenencia a un grupo oprimido.

“Te olvidas de lo que está en tu propia cabeza y haces que tu mente sea su mente. Entonces sabes cómo se siente y cómo ayudarle”. (Un niño de 8 años al explicar la empatía)[i]
Concluyen estos estudios que la tendencia a preocuparse por otros es tan propia de la naturaleza humana como lo es el preocuparse por uno mismo. Esto no significa que el ser humano no sea capaz de actitudes egoístas, mezquinas e incluso antisociales. Las personas evidenciamos toda una gama de comportamientos, desde los más mezquinos hasta los más altruistas, lo cual demuestra la naturaleza cultural de estos rasgos. De hecho, hay varios factores que pueden aportar a la formación de tales características en una persona. El ejemplo de vida y los comentarios del padre, la madre y otros seres queridos, tienen una influencia muy poderosa, como también lo tienen los medios de comunicación masiva.

Las investigaciones han determinado además que aquellas personas en quienes predominan las actitudes altruistas y una orientación prosocial, suelen compartir varias otras características. Se ven en control de sus propias vidas, sin necesidad de recibir aprobación de otros. Tienen un concepto positivo de la condición humana, les preocupa el bienestar de los demás y se consideran responsables de hacer lo que pueden por ellos. Se alegran cuando otros reciben ayuda, incluso cuando ellos mismos no hayan sido quienes la dieron. Su empatía les permite “ponerse en los zapatos del otro”, sentir el dolor ajeno como propio y ver el mundo a través de sus ojos. Experimentan una conexión fundamental con la humanidad y son motivadas por el afecto y la compasión, incluso hacia personas desconocidas.

No obstante, la fuerza de los modelos mentales es tal que algunos han intentado atribuir explicaciones egoístas incluso a los actos prosociales. Al ver que una persona está dispuesta a incomodarse por ayudar a otro, en vez de aceptar la interpretación lógica de que lo hace por amor al prójimo, argumentan que sus ‘genes egoístas’ le impulsan a sacrificarse para garantizar la supervivencia de la colectividad. Obviamente la primera interpretación es la más simple, ya que establece una relación causal directa, mientras que la segunda es más enredada, porque pretende que por medio del egoísmo se logren los efectos propios del amor.

La popularidad de la segunda interpretación no se debe a motivos científicos, sino al hecho de que el admitir la existencia del amor no concuerda con algunos modelos mentales del ser humano. En consecuencia, una explicación simple y directa es rechazada a favor de otra enmarañada, poco probable e imposible de comprobar. Esto es contrario a un principio básico de la ciencia según el cual, en la explicación de determinado fenómeno, la teoría más sencilla debe ser preferida antes que otra más enrevesada.

En resumen, no existe ninguna prueba científica que apoye el mito de que el ser humano sea definido por el egoísmo. Más bien, las investigaciones al respecto concluyen que somos plenamente capaces de preocuparnos sincera y desinteresadamente por el bienestar de los demás. Mostrar algunas características u otras depende en parte de la forma como somos criados y en parte de nuestra propia decisión.


Referencia:

[i]. Basado en una cita de Rollo May, citada por Alfie Kohn en No Contest, 1992, pp. 232-233.




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