a. Naturalización del Orden Social
Se cuenta que en África hubo una aldea donde todos los habitantes padecían de una enfermedad que producía manchas en la piel. Ya que todos tenían la misma afección, creían que era un rasgo natural en todo ser humano. Un día llegó a la aldea un médico que no tenía estas manchas, por lo que los aldeanos lo veían como un anormal. Él les dijo que lo suyo era una enfermedad para la cual había curación. Los aldeanos no le creyeron hasta que trató a uno de ellos y desaparecieron sus manchas. Cuando se dieron cuenta de que estaban enfermos, aceptaron el remedio y se curaron.
Los modelos mentales no se quedan en la mente de la gente, sino que encuentran expresión en sus formas de actuar, prácticas normativas y estructuras políticas, económicas y sociales. Cuando se cree que la naturaleza humana es incorregiblemente agresiva y egoísta, parecería natural estructurar las interacciones sociales a modo de pugnas de poder en defensa de intereses limitados, como se observa en muchas de las sociedades liberales de occidente.
Como resultado, hay mucho más violencia en la ciudad de Nueva York, donde la ciudadanía cree que la ira no puede ser controlada, que en Tokio, donde la cosmovisión predominante prescribe no sólo la posibilidad sino el imperativo de evitar la agresión. De este modo, nuestras creencias acerca de la naturaleza del ser humano y del orden social se vuelven profecías que acarrean su propio cumplimiento. El suponer que la agresividad y el egoísmo son inevitables, nos motiva a comportarnos de manera violenta y mezquina.
A la vez, la predominancia de estructuras sociales que institucionalizan el egoísmo, la mezquindad, la competición y la agresión, ha resultado en su “naturalización”, a tal punto que propuestas alternativas basadas en otro concepto del ser humano son rechazadas de plano sin mayor consideración.
La “naturalización” del entorno sociocultural en que vivimos es un proceso normal en nuestra formación. Desde la cuna, cada niño recibe de su entorno sociocultural no sólo los modelos mentales imperantes, sino ejemplos palpables de cómo éstos son llevados a la práctica. Al crecer, aprende teorías que refuerzan esos modelos mentales, los ve modelado en las prácticas e instituciones de la sociedad, y es expuesto constantemente a sus manifestaciones en los medios masivos. Estos mensajes afirman, reafirman y confirman una manera particular de percibir el mundo y actuar en él, hasta que llega a creer que ésta no es sólo UNA manera, sino la ÚNICA manera de hacerlo. Más aún, se convence de que ES el mundo, no sólo una representación del mismo, sino la realidad misma.
De este modo, interiorizamos las configuraciones sociales al punto de parecernos naturales, de “sentido común”, inevitables y, por tanto, imposibles de cambiar. Sin embargo, una cultura donde predominan actitudes de mezquindad y conflicto padece de una especie de enfermedad del espíritu que necesita ser tratada mediante la reeducación de sus miembros y reestructuración de sus instituciones.
El primer paso en la transformación de la cultura del conflicto implica la “desnaturalización” de los elementos de mezquindad y conflicto. En el pasado, la desnaturalización de instituciones como la esclavitud y el machismo permitieron comprender que no eran aspectos naturales e inevitables de la sociedad, sino constructos culturales. Esto posibilitó la promoción de una cultura donde las personas de color y de sexo femenino poseen los mismos derechos que los hombres blancos.
Para “desnaturalizar” las prácticas culturales disfuncionales, primero tenemos que examinarlas cuidadosamente con el fin de desasociarnos de ellas. Necesitamos darnos cuenta de que hemos aprendido ciertas prácticas, y que existe toda una gama de formas alternativas de actuar en una situación dada, practicadas por otras culturas. Sólo cuando logramos un grado de objetividad que nos permita ver a determinadas formas sociales como contingentes y variables, podremos decir que han sido “desnaturalizadas”.
Entonces estaremos abiertos a investigar y ensayar prácticas alternativas. Sabremos que la sociedad es producto de nuestras acciones y que éstas son consecuencia directa de nuestros supuestos y creencias. Nos daremos cuenta de que el mundo no siempre ha estado como está hoy y que en los últimos cien años ha cambiado más que en todo el resto de la historia humana. Comprenderemos que aun dentro de las sociedades más divididas, conflictivas y egocéntricas, existen numerosos ejemplos que comprueban que los seres humanos también somos capaces del mutualismo y la cooperación.
Cuando llegamos a esta etapa, si alguien afirma que “el mundo ES como ES por que sigue el orden natural del universo, y no puedes cambiarlo”, podremos responder: “El mundo ESTÁ como ESTÁ porque nosotros lo hicimos así, y podemos ayudar a cambiarlo si deseamos hacerlo”.
b. Transformación personal y social
Hemos visto que los modelos mentales acerca de la naturaleza humana tienden a ser coherentes con aquellos que tenemos respecto a la cultura y la sociedad humana. Sabemos además que nuestros modelos mentales determinan nuestra conducta y que los efectos de nuestras acciones forjan el “mundo”. Por tanto, si hemos de movernos hacia un mundo más alineado con principios, será necesario integrar dos procesos distintos. Por una parte, debemos cambiar nuestros modelos mentales acerca de nuestras potencialidades como seres humanos y modificar nuestro comportamiento individual como corresponde. Por otra, tenemos que cambiar nuestros modelos mentales acerca de las posibilidades del orden social, a fin de promover nuevas formas de organización social, política y económica.
Nos referimos a estos dos procesos como la “transformación personal” y la “transformación social”. Ninguno es suficiente sin el otro, sino que todo intento de cambio requiere de trabajar en las dos frentes simultáneamente. El método de arriba hacia abajo, que busca la transformación personal mediante cambios en las estructuras sociales, rara vez funciona a largo plazo porque suele ser percibido como una imposición y encontrarse con resistencia. Por otra parte, el enfoque de abajo hacia arriba persigue la reforma organizacional mediante una transformación meramente personal. Esto resulta en frustración; aunque genere un deseo de cambio, no establece la institucionalidad necesaria para canalizar esa nueva voluntad hacia la situación deseada.
Por ejemplo, en la lucha contra la corrupción, a menudo se toman acciones orientadas a imponer desde arriba otra cultura organizacional, instituyendo nuevas normas, leyes y políticas para la transparencia, las denuncias y las sanciones. Luego se socializan estos códigos de conducta en un intento de diseminar la nueva cultura. Los resultados dejan mucho por desear, ya que por muy necesarias que sean estas medidas, por sí solas no son suficientes. Deben haber cambios en las maneras como piensan y actúan las personas que ayuden a sostener una cultura de confianza y transparencia.
Un ejemplo del enfoque de abajo hacia arriba es pretender alcanzar la paz mundial cambiando la forma de pensar y actuar de los individuos, sin modificar las estructuras que mantienen una situación de conflicto dentro de cada país y entre ellos. Esto tampoco funciona. Aunque las grandes masas de la humanidad puedan ser personas básicamente pacíficas y deseosas de la paz, permanecen los esquemas que promueven la pugna política y económica en los ámbitos intranacional e internacional, así como los paradigmas institucionales en los cuales se fundamentan tales luchas.
“No se puede segregar el corazón humano del ambiente que le rodea, diciendo que cuando uno se reforma todo mejorará. El hombre es parte orgánica del mundo. Su vida interior moldea el ambiente y es profundamente influenciada por el mundo. El uno actúa sobre el otro y todo cambio duradero es el resultado de estas interacciones mutuas”. (Shoghi Effendi) [i]Referencias:
[i]. Shoghi Effendi, de una carta escrita a un individuo con fecha 17 de febrero de 1933.
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