martes, enero 01, 2013

Mi Lucha por la Paz


La paz presenta mayores pruebas de hombría que cualquier batalla”. (John Greenleaf Whittier)

Pocos tienen la previsión necesaria para anticipar más de unas pocas semanas o meses del futuro. Sin embargo, al echar un vistazo sobre el hombro hacia el camino recorrido, se aclara que sí ha habido un proceso; y surgen pautas que dan sentido del trajinar de la vida cotidiana. Puede resultar una experiencia agridulce, pues junta con el placer de ver los avances y logros, viene simultáneamente la congoja de ver el tiempo desperdiciado y las oportunidades perdidas. Con éstos últimos, sin embargo, no les molestaré a mis lectores, pues son aquellos primeros los que imparten la visión y esperanza necesaria para las siguientes etapas del viaje.

Lo que sigue, entonces, constituye una suerte de autobiografía en la que he bosquejado aquello que me ha preparado más para lo que he llegado a reconocer como mi principal pasión y misión de mi vida: promover una cultura de paz y mutualismo, y refutar aquellas teorías y creencias que sirven de sustento para la actual cultura dominante de violencia, conflicto y pugna.

Niñez y adolescencia

Mi padre y madre, él educador y ella trabajadora social, me enseñaron la paz tanto con sus hechos como con sus palabras. Uno de sus mayores sacrificios por la paz debió ser cuando mi padre eligió libremente una sentencia de prisión en vez de ir a la guerra, por lo que estuvo ausente durante el nacimiento de su primera hija. Tras estudiar el cooperativismo bajo el profesor Morris Mitchell, ayudaron a fundar la comunidad cooperativa de Macedonia en una zona rural de Georgia, la cual llegó a ser un programa bandera del movimiento cooperativo.[1]

Con el tiempo, descubrieron que una comunidad no podía basarse meramente en principios económicos, sino que debía edificarse sobre cimientos más sólidos de índole espiritual.[2] Como resultado de la búsqueda subsiguiente, ellos y muchos otros macedonios se unieron al 'Brüderhof’, una ‘comunidad de paz’ anabaptista fundamentada en el pensamiento de Jacob Hutter (1500-1536) y Eberhard Arnold (1883–1935), así como la convicción de que la propiedad privada era contraria a una vida basada en el Sermón de la Montaña.[3]

Así es como, a fines de la década de los ‘50, llegué a nacer en Loma Hoby, una de tres comunidades del Brüderhof enclavadas en el remoto Chaco paraguayo, a donde mis padres habían ido para prestar sus servicios.[4] De vuelta en Estados Unidos cuando tenía unos 3 años, vivimos en el Brüderhof hasta que, debido a una crisis de liderazgo y las luchas espirituales de mis padres, nos alejamos por varios años.[5] No obstante, mis cinco hermanos y yo fuimos criados en el espíritu comunitario de pacifismo, servicio a otros, austeridad voluntaria, ausencia de televisión, cine y radio comercial, y la entonación de incontables canciones que nos transmitían mensajes espirituales de amor y alegría.

Contrastó fuertemente con este estilo de vida cariñosa, generosa y pacífica el mundo nuevo y extraño, tan lleno de avaricia y competición, ira y odio, al cual me vi arrojado. No pude comprender por qué la gente actuaba de esta manera si no les traía felicidad. Cuando escuché hablar del ‘Sueño Americano’, al inicio pensé que se refería a elevados ideales como la justicia, igualdad, hermandad y paz, y recuerdo la consternación que sentí al saber que se restringía a aspiraciones materialistas: un buen sueldo, casa propia y todas las comodidades de la clase media estadounidense. Recuerdo claramente como, en mis años escolares, llegué a la conclusión de que toda la gente se había puesto de acuerdo en engañarme para que creyera que era así el mundo, cuando en realidad era muy distinto.

Transcurrió mi niñez en la década de los ’60, un tiempo de activismo en el movimiento por la paz que incluía un abanico de actividades, desde la participación en manifestaciones contra la guerra, en una cercana base de la Fuerza Aérea, hasta la experimentación de diversos aspectos del pacifismo como estilo de vida. Nuestro pan diario fueron autores como Mahatma Gandhi, Martin Luther King y Henry David Thoreau, quién había dicho: “Si un hombre no marcha al ritmo de sus compañeros, quizás sea por que escucha otro tambor. Dejad que siga la música que él oye, sin importar el compás ni la distancia”.[6]

Mi familia era radicalmente pacifista, por lo que aprendí a no pelear nunca, sino siempre dar la otra mejilla. Esto me ganó la reputación de gallina entre los matones de la escuela, quienes me sometieron a un acoso constante, a vista y paciencia de maestros y administradores. Un año, en un campamento de verano, un amigo pacifista y yo nos hartamos del 'bullying’ y decidimos defendernos. Nunca habíamos peleado antes, a pesar de lo cual no quedamos mal parados, y los guías del campamento sabiamente dejaron que prosperara la pelea hasta que todos quedáramos exhaustos. Más adelante los 'bullies’ se acercaron nuevamente, pero esta vez era para darnos la mano, felicitarnos por una buena pelea y ofrecernos su amistad. Fue entonces que aprendí que a veces el uso de la fuerza es necesaria para lograr la paz.

Durante este período mi padre casi perdió la vida a raíz de su apoyo activo al movimiento por los derechos civiles. Mis hermanos mayores prestaron servicio comunitario en calidad de ‘objetores de conciencia’ en vez de participar en la Guerra de Vietnam. Una de las influencias más estimulantes e inspiradores de este tiempo fue la oportunidad de participar en diversas actividades extracurriculares en la universidad de los Cuáqueros en Wilmington, Ohio, ubicada justo frente a nuestra casa. Al iniciar mis estudios secundarios, comencé a escribir prosa y poesía para la revista del colegio acerca de mis valores y en contra de lo que percibía como los males de la sociedad contemporánea.[7]

Fue durante mi temprana adolescencia que comencé a investigar la Fe Bahá'í, la cual me resultó especialmente atractiva por sus principios de la paz universal, la unidad de la humanidad, la eliminación de toda forma de prejuicio, la unidad esencial de las religiones y la libre investigación de la verdad.[8] Éstos últimos dos eran totalmente inadmisibles para el Brüderhof, por lo que abandoné esa vida a la edad de 15 años y comencé a participar activamente como integrante de la comunidad mundial bahá'í.

La vida en el ‘Tercer Mundo’


En vez de contentarme con la mera membresía, apenas egresé del colegio me ofrecí voluntariamente para ir al Ecuador como ‘pionero’. Ahí dediqué año y medio a la concienciación y capacitación, principalmente entre comunidades rurales y urbano-marginales en varias partes del país, sobre temas como universalización de la educación básica, igualdad de género, libertad del abuso de sustancias, trabajo en espíritu de servicio, toma participativa de decisiones, fortalecimiento comunitario, enfoques administrativas alternativas y otros. Fue esta experiencia inicial la que me inspiró para elegir una carrera en la educación. Durante los siguientes cinco años, continué en esa línea de servicio a tiempo parcial mientras completaba mis estudios de licenciatura en la Pontificia Universidad Católica en Cuenca, especializando en la educación secundaria y orientación vocacional.

Creí que la educación debía servir para cuestionar y cambiar el status quo, pero que mis estudios hasta ese entonces se habían centrado en cómo mantener y promoverlo, por lo que volví a Estados Unidos para tomar una maestría en educación de la Universidad de California en Davis. Ahí procuré estudiar la gama más amplia posible de materias educativas, mientras seguía hablando y actuando sobre asuntos orientados a promover la comprensión humana. Mi tesis fue el resultado de una amplia indagación, que trascendía mis cursos regulares, sobre nuestra naturaleza como seres humanos y sus implicaciones para determinar el propósito de la educación.[9]

De regreso en Ecuador, dictaba clase en el Departamento de Educación de la Pontífice Universidad Católica, dirigía su Centro de Asesoramiento Psicopedagógico, y colaboraba con el Editorial Don Bosco de los Salesianos en calidad de redactor y editor de textos colegiales, donde procuraba reemplazar los contenidos agonistas con mensajes más mutualistas.[10] Además, ayudé a establecer una nueva escuela privada, Santana, y en calidad de su primer Director Pedagógico integré varios elementos orientados a promover una cultura de paz entre los estudiantes, maestros y padres de familia, cosa que continué haciendo posteriormente como capacitador de educadores y consultor para otros planteles educativos.

En forma voluntaria, ayudé a formar el Centro de Estudios Bahá'ís con el propósito de documentar, estudiar y divulgar enfoques bahá’ís sobre temáticas sociales contemporáneas como derechos humanos, igualdad de género, eliminación de los extremos de riqueza y pobreza, paz internacional, comprensión interreligiosa, etc. También serví de editor y contribuyente para "Reflexiones", la publicación anual del Centro de Estudios, hablé en reuniones públicas sobre varios de los temas investigados, y organicé foros nacionales sobre temas relacionados con la educación y la paz.

A lo largo de los años, he tenido la oportunidad de servir como miembro de varias instituciones bahá’ís de nivel local, regional y nacional. Una de las experiencias más desafiantes y gratificantes en este sentido fue mi designación como miembro del Cuerpo Auxiliar de los Consejeros Continentales, que involucraba principalmente la formación de gestores de cambio en el ámbito local y su empoderamiento para levantarse en servicio a sus comunidades. También tuve el honor de servir durante varios años como miembro de la Asamblea Nacional de los Bahá’ís del Ecuador, la cual dirige el desarrollo de comunidades locales, orienta las actividades de instituciones regionales y supervisa la gestión de varias instituciones educativas y otros proyectos socioeconómicos en todo el país.

Desarrollo social y económico


La inestabilidad económica del Ecuador, más las presiones financieras de criar una familia, me obligaron a buscar actividades más lucrativas, motivo por el cual acabé trabajando principalmente como traductor/intérprete durante los siguientes veinte años y más. Este cambio de ocupación tuvo el efecto inesperado de galvanizar mi compromiso con la promoción de una cultura de paz, ya que me puso en contacto directo con el mundo fascinante – aunque controversial – del desarrollo social y económico, identificado por UNESCO como uno de los aspectos cruciales de la construcción de una cultura de paz.

De particular importancia en este proceso fue mi trabajo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y otros organismos de la ONU; instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial, FMI, BID y varios de sus proyectos; la Organización de Estados Americanos (OEA) y sus agencias y programas; la presidencia ecuatoriana y diversos ministerios de su gabinete; entidades de cooperación internacional; grandes organizaciones de desarrollo como Visión Mundial, C.A.R.E. y Plan Internacional; más una larga lista de organizaciones no gubernamentales (ONGs) locales.[11]

Buscando comprender mejor las teorías, prácticas y perspectivas del desarrollo, especialmente en sus aspectos sociales, me matriculé en el Programa Latinoamericano de Desarrollo Social (PRODES), un posgrado organizado por la Universidad Nur de Santa Cruz, Bolivia, en la sede de la Universidad Rural en las afueras de Cali, Colombia.[12] Allí, con una amplia diversidad de estudiantes, exploramos las relaciones entre desarrollo y educación, salud, género, cultura, ciencia, religión, liderazgo, administración, economía y medioambiente.

Encontré que el desarrollo social y económico era para la sociedad lo que la educación era para el individuo, suponiendo que los dos fueran entendidos en su verdadera dimensión, y que ambos constituían instrumentos poderosos (para bien o para mal) del cambio sociocultural. Como resultado de este programa, pude prestar servicios de consultoría y capacitación a varias organizaciones, así como servir de mejor manera a las instituciones de las cuales formaba parte.

Formación de gestores de cambio social


Este contacto con la Universidad Nur, me llevó a Bolivia y Honduras para estudiar su magnífico programa de "Liderazgo Moral", orientado a capacitar a los educadores y demás líderes locales como gestores de cambio eficaces en las comunidades donde viven y/o trabajan. A través de sus doce módulos, se busca cuestionar modelos mentales heredados y construir nuevos marcos conceptuales de liderazgo moral, desarrollo basado en el aprendizaje, participación comunitaria, capacitación de adultos, fortalecimiento de equipos, investigación en acción participativa, planificación estratégica para el desarrollo, diseño y gestión de proyectos, y evaluación para el aprendizaje colectivo.

De regreso en el Ecuador, inicialmente organicé un programa de capacitación con una duración de dos años y 75 participantes en tres centros regionales, para que pudieran implementar el liderazgo moral en sus propias actividades y replicar el programa entre diversos sectores de la sociedad, como padres de familia, niño/as y adolescentes, empresas, ONGs, municipios, etc. Al poco tiempo pude trabajar con varios de esos participantes en calidad de instructores, monitores y administradores para un programa de maestría implementado por la Universidad Nur y financiado por el Banco Mundial, mediante el cual se capacitó a mil educadores en diez centros universitarios en todo el Ecuador, empleando los mismos materiales más cuatro módulos sobre la educación potenciadora.

Una vez terminada la maestría, y con el propósito de llevar hacia adelante esta labor educativa, ayudé a fundar la Agencia Nacional de Intervención Social mediante el Aprendizaje (ANISA), me integré al trabajo de la Fundación Horizonte del Ecuador e impulsé el desarrollo del Programa de Educación para la Paz (EDUPAZ) y su plataforma virtual para la formación de gestores de cambio social hacia una cultura de paz.[13]

Búsqueda y descubrimiento


Durante el Año Internacional de la Paz, participé activamente en una campaña para presentar la declaración bahá'í “La Promesa de Paz Mundial” a las autoridades de todo nivel y al público en general.[14] Me había intrigado especialmente su observación de que “la agresión y el conflicto han llegado a caracterizar de tal forma nuestros sistemas sociales, económicos y religiosos que muchas personas han sucumbido a la creencia de que dicha conducta es intrínseca a la naturaleza humana y que, por lo tanto, no se puede erradicar”. Observó que “se acepta con conformidad la tesis de que los seres humanos son incorregiblemente egoístas y agresivos y, por lo tanto, incapaces de construir un sistema social que sea a la vez progresista y pacífico, dinámico y armónico, un sistema que permita el libre juego de la creatividad e iniciativa individuales, pero basado en la cooperación y la reciprocidad”. La superación de esta barrera para la paz exigiría una “reevaluación de las suposiciones sobre las que se basa el punto de vista común del destino histórico de la humanidad” que, “lejos de reflejar la genuina naturaleza del hombre, representa una tergiversación de su espíritu”. Esto posibilitaría a todos los pueblos “poner en marcha las fuerzas sociales constructivas que, por ser acordes con la naturaleza humana, producirán concordia y cooperación en vez de guerras y conflictos”.

En mis acciones subsiguientes de capacitación y consultoría, encontraba repetidamente este mismo obstáculo. Cada mención de la unidad, justicia y paz internacionales era objetada invariablemente por al menos un participante, quien aducía que estos objetivos eran imposibles de alcanzar o utópicos, en base supuestos como el egoísmo y la agresión inherente en la naturaleza humana, el conflicto como sine qua non de la sociedad, que siempre ha habido guerras y siempre las habrían, el hombre como lobo del hombre, la ley de la selva, la supervivencia del más fuerte, la dialéctica social y entropía social, el homo economicus y los intereses egocéntricos, la política definida como una pugna de poderes, y así sucesivamente. Llegué a darme cuenta de que el mayor impedimento para la construcción de un mundo unido, justo y pacífico, es la creencia de que sería imposible debido a tales nociones respecto a la naturaleza del ser humano y la sociedad.

Buscando entender los fundamentos teóricos de estas creencias e identificar investigaciones científicas que podrían ayudar a cuestionarlas, me matriculé en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).[15] No obstante, allí me frustró el no hallar más que apoyo vehemente a favor de dichas perspectivas, desdén ante toda insinuación de que podrían ser inexactas, y desconocimiento de la existencia de estudios alternativos. Vivíamos en un mundo cruel. Así había sido siempre y continuaría siendo. En vez de desear que fuera de otro modo, sería más aconsejable saber adaptarnos y sobrellevar la situación o, mejor aún, aprender cómo funciona para tomar mayor aprovecho. Los científicos sociales no debían ser activistas en ninguna causa, sino limitarse generar la información y herramientas necesarias para que los formuladores de políticas pudieran hacer su trabajo, para bien o mal.

Fue entonces que encontré el magnífico libro "Beyond the Culture of Contest - from Adversarialism to Mutualism in an Age of Interdependence" (Más allá de la cultura de contienda – del agonismo al mutualismo en una era de interdependencia), por el Dr. Michael Karlberg.[16] Pronto mi frustración se convirtió en asombro al ver que las puertas cerradas se abrieron de par en par. Comencé a importar y leer ávidamente las obras referenciadas en la generosa bibliografía de Karlberg. Comencé a conocer las profundas falencias que persisten en un gran cúmulo de teorías tradicionales y predominantes de las ciencias humanas y sociales, que actualmente fundamentan y promueven la cultura de contienda o agonismo, y que está siendo reemplazado progresivamente por un nuevo corpus de investigaciones que plantean modos alternativos de analizar y estructurar la sociedad hacia una cultura de paz y mutualismo.

Principales Conclusiones


La mayoría de las teorías según las cuales el ser humano es egoísta y violento por naturaleza, fueron formuladas hace unos 100 años o más. No son realmente ‘teorías’, en sentido científico, sino meras especulaciones de escritorio. Muchas de ellas ni siquiera califican como hipótesis, ya que tienen falencias como la no falseabilidad, y pocas han sido probadas mediante la investigación científica. Más bien las investigaciones de campo y laboratorio han demostrado todo lo contrario: que el ser humano es no sólo capaz de actitudes y comportamientos pacíficos y altruistas, sino que muestra una cierta predisposición en este sentido desde la temprana infancia.

Encontré, por ejemplo, que la vieja ‘ley de la selva’, entendida como el conflicto y la competición por recursos limitados, ha sido reemplazada por parte de los ecologistas por un nuevo concepto de cooperación, ayuda mutua, simbiosis y generación de abundancia entre las especies de un ecosistema.

Descubrí que la ley de la 'supervivencia del más apto' no había favorecido a los hombres más agresivos, conflictivos y acaparadores, sino comportamientos más adaptativos como la cooperación, el altruismo, la tolerancia, la reconciliación, y la capacidad de convivir pacíficamente, la cual ha posibilitado la supervivencia y avance de la especie humana a pesar de los grandes desafíos ambientales y su falta de defensas naturales.

Aprendí que la evolución de las especies mediante la 'selección natural' no fue necesariamente un proceso competitivo, que un mecanismo mucho más importante que la mutación genética ha sido la simbiogénesis, es decir, la generación de nuevas especies mediante la combinación e integración de diversos seres en organismos más complejos, en un proceso cooperativo y de ayuda mutua.

Averigüé que no existe en el ser humano normal un ‘instinto asesino’ ni un ‘cerebro violento’, sino que más bien parece que estamos cableados para rehusarnos a hacer daño al prójimo y más bien auxiliarlo. A pesar de los enormes esfuerzos realizados en la conscripción por convertir a los jóvenes en máquinas de guerra, las investigaciones evidencian que la mayoría de soldados jamás dispara sus armas en batalla, o disparan para otro lado, y que cuando alguno llega a matar queda traumado por la experiencia.

Encontré que la creencia en que ‘siempre ha habido guerras y siempre habrá’ se debe a que se nos ha enseñado la historia como una larga cadena de batallas, con sus fechas, lugares y protagonistas, dejando afuera los largos períodos – años, décadas, siglos y hasta milenios – de paz, prosperidad y felicidad, que según algunos autores constituye más del 90 % de la historia humana; que el estado de guerra no es el estado normal de la raza humana, sino que más bien representa un estado de enfermedad que ataca periódicamente el cuerpo sano de la humanidad.

Descubrí que, pese al gran mito del ser humano como necesariamente egoísta, egocéntrico, avaro, acaparador, codicioso, y motivado principalmente por el interés personal inmediato, las investigaciones más bien nos muestran un ser humano con una gran capacidad innata para las actitudes prosociales, altruistas, generosas, motivadas por la excelencia y la pertenencia dentro de relaciones sociales.

Aprendí que la competición, entendida como una relación de tipo ganar-perder, no es más productiva que la cooperación, entendida como una situación ganar-ganar; que los juegos y deportes cooperativos, en los que todos ganan o todos pierden, pueden ser tan desafiantes y divertidos que los juegos competitivos; que la competición no forma el carácter sino que lo daña; y que en el aula de clase y el lugar de trabajo, la cooperación en equipo es preferido por la mayoría de personas a la competición entre compañeros.

Averigüé que la política por definición es la ciencia y el arte de la buena administración de la cosa pública, y que quizás una de las peores formas de gestión la cosa pública es convertirla en una pugna por el poder; que las relaciones de dominación-sumisión pueden ser transformadas en relaciones de reciprocidad y apoyo mutuo; que el poder significa capacidad y que no necesariamente ha de ejercerse sobre o en contra de otros, sino que en diversas culturas es algo que se ejerce con y a favor de los demás, en una relación de mutuo empoderamiento.

Encontré que la unidad no necesariamente implica uniformidad, que la diversidad no necesariamente implica división, sino que la unidad en diversidad es una ley fundamental que rige en todo sistema, desde el cuerpo humano hasta los ecosistema, desde la labor científica hasta la operación de los mercados; que la unidad no implica la pérdida de identidad, sino que el proceso de maduración significa identificarse CON unidades cada vez más amplias, la familia, el barrio, la ciudad, la patria y – finalmente – la humanidad como un todo.

Descubrí que hasta el siglo 19 la gente aún creía en la posibilidad de construir sus utopías pero que, debido a los horrores de dos guerras mundiales, los excesos de varias dictaduras, el holocausto, la bomba atómica y el colapso económico, durante el siglo 20 la gente llegó a desconfiar de toda visión de un mundo mejor y más bien esperar el colapso total de la sociedad o la completa aniquilación de la raza humana. Me di cuenta de que necesitamos urgentemente recuperar la capacidad de soñar y construir utopías, ya que “sin visión, la gente perece”.

Descubrí, por último, que todas estas teorías y creencias no son más que constructos culturales hegemónicos que han sido naturalizados y reproducidos de generación en generación; que no sirven los mejores intereses de las masas de la humanidad, sino únicamente los intereses materiales y a corto plazo de una pequeña minoría que se beneficia de las relaciones ganar-perder en la economía y la política, y obtiene grandes ganancias de la industria militar, en detrimento del bienestar y tranquilidad, la paz y seguridad de las grandes mayorías.

A través de estos aprendizajes, llegué a la conclusión de que no existe en la naturaleza del ser humano, ni en la de la sociedad como tal, nada que pueda considerarse un impedimento insuperable para el logro de una cultura de paz, cooperación y mutualismo. El verdadero desafío es el hecho de la actual cultura de violencia, pugna, competición y contienda. Y la buena noticia es que las culturas no son grabadas en piedra ni piezas de museo; pueden cambiar y, en este caso, debe cambiar.

Participación en el discurso


Varios años de ardua búsqueda habían desembocado en un descubrimiento electrizante. Parecía que se desplegaba ante mis ojos una verdadera revolución científica o cambio paradigmático, aunque pocas personas se habían percatado de su existencia. Incluso, la gran mayoría de estas investigaciones no habían llegado a ser estudiadas en las aulas universitarias del mundo, mucho menos penetrar en la cultura popular, sino que se seguían repitiendo los supuestos agonistas tradicionales, ya superadas por la ciencia. Esto, desde luego, servía los intereses del estatus quo, pero no los de la humanidad como un todo.

En un intento por corregir esta deficiencia y fomentar el conocimiento de las características generales de esta transformación, comencé a redactar una investigación bibliográfica a profundidad sobre el tema, dando a conocer los resultados en castellano por Internet[17] y en la cuarta edición del texto de Liderazgo Moral.[18] Empecé dictando conferencias en diversas organizaciones y foros públicos como el emporio cultural "CafeLibro" de Quito,[19] además de charlas y clases sobre el tema en varias universidades de Quito y otras ciudades de Ecuador. En el ámbito internacional, hablé ante una conferencia académica sobre “Repensar la Naturaleza Humana” en Vancouver, Canadá, y en otra sobre “Desarrollo Social y Económico” en Orlando, Florida. También incluí el estudio en un curso de posgrado sobre la Educación Moral para BIHE, la universidad virtual para estudiantes expulsados por la persecución religiosa en Irán.[20]

La respuesta fue sorprendente. Se acercaban las personas después de las presentaciones para agradecerme por haber confirmado científicamente algo que siempre habían pensado, pero que nunca se habían atrevido a admitir por temor a convertirse en objeto de burla. Otros dijeron que sentían una nueva libertad para poder considerar siquiera la posibilidad de que existan otras maneras de pensar y actuar. Como resultado de esta experiencia, estaba convencido de que estaban dadas las circunstancias para un cambio de dirección importante, al menos en America Latina, hacia una cultura de paz, mutualismo y cooperación.

Concluí que la diseminación de este conjunto de nuevas investigaciones, entre el sector académico y el público en general, podría constituir un aporte estratégico en este sentido. Durante siglos se han emitido afirmaciones difusas de altos ideales y buenas intenciones, las cuales han logrado pocos cambios en la estructura básica de la sociedad. En el siglo XXI se requiere de evidencias científicas y claramente fundamentadas si la gente ha de comprometerse con una transformación tan radical de pensamiento y acción. El no actuar oportunamente, bien podría retrasar los procesos de cambio tan apremiantes en toda la región o, peor aún, podría dejar la puerta abierta a ideologías extremistas que tan sólo agravarían la situación actual.

Como próximos pasos, será necesario ampliar el campo de acción, y continuar sistematizando las investigaciones en castellano y poniéndolas al alcance de estudiantes, profesores e investigadores. Se requiere de mayores análisis sobre las necesidades y posibilidades del cambio sociocultural a favor de una sociedad más mutualista. Este trabajo se beneficiaría especialmente de la Investigación Participativa en Acción (IPA), a fin de construir la nueva cultura de abajo hacia arriba y de adentro hacia fuera. Al combinar la investigación y consultoría mediante la IPA, se podría implementar los resultados inmediatamente entre ONGs de desarrollo, sistemas educativos, organizaciones gubernamentales e internacionales, y otros. A través de este trabajo, se debe responder a preguntas como las siguientes:

  • ¿De qué maneras se puede analizar el agonismo generalizado de hoy, no como algo predeterminado por la naturaleza humana, sino como constructo cultural, y qué se necesita para cambiarlo?
  • ¿Cómo y por qué ha surgido esta cultura, en qué sentido podría ser caracterizada como hegemonía cultural, quiénes son los beneficiarios y quiénes pagan el precio?
  • ¿Qué creencias y teorías populares alimentan los mitos que subyacen en la cultura de violencia, y cómo desconstruirlas para reemplazarlas con marcos teóricos alternativos?
  • ¿De qué manera la cultura de conflicto se ve reflejado y reproducido en los elementos socioestructurales y psicoculturales del mundo moderno, y qué propuestas existen para reemplazarlos?
  • ¿Qué referentes existen de constructos socioculturales alternativos, ya sean éstos sociedades preindustriales y modernas, comunidades intencionales, movimientos sociales, subculturas paralelas, y el fenómeno masivo del heroísmo anónimo cotidiano?
  • ¿Cuáles son los motivos históricos de nuestro actual desencanto con la utopía, qué futuros alternativos están siendo propuestos, cómo decidir cuáles son factibles, y cómo recuperar nuestra voluntad para soñar y capacidad de trabajar hacia una visión común?
  • ¿Qué se puede hacer aquí y ahora, a todo nivel de la sociedad, para construir una nueva cultura de mutualismo, cooperación y paz; y cómo promover esto en calidad de gestores de cambio desde todos los ámbitos de la vida?

Referencias


1. Véase: Orser, W. Edward, “Searching for a Viable Alternative - The Macedonia Cooperative Community, 1937-1958”. Nueva York: Burt Franklin & Co., 1981.
2. Véase: Newton, David R., "The Macedonia Community", Politics (Invierno de 1948): pp. 27-30.
3. Véase: Arnold, Emmy, “Torches Together: The story of the Brüderhof Communities - their life together, sharing all things in common”. Nueva York: Plough Publishing House, 2a edición, reimpreso en 1991.
4. Véase: Wagoner, Bob & Shirley, “Community in Paraguay - A Visit to the Brüderhof”. Pennsylvania: Plough Publishing House, 1991.
5. Véase: Mow, Merril, “Torches Rekindled - the Brüderhof’s Struggle for Renewal”. Nueva York: Plough Publishing House, 1989.
6. Thoreau, Henry David, “Walden”, 1854, Capítulo 18.
7. Por ejemplo: Newton, Peter, "The Eagle," "Where has all the freedom gone?" y "The Blue Ridge Mountains". Artes, Vol. 8, primavera de 1972, pp. 1, 21, 29.
8. Véase: Hatcher, William S. y Martin, J. Douglas, “La Fe Baha'i: La Nueva Religión Mundial. Barcelona: Editorial Bahá'í de España, 1995.
9. Newton-Evans, Peter C., "In Search of Purpose in Education: Implications of the Bahá'í Writings", tesis de maestría inédita, University of California, Davis, 1985.
10. Véase, por ejemplo, L.N.S. English Method Books 4, 5 y 6. Ecuador: Edibosco, 1989.
11. Para mayores informes sobre mis servicios de traducción / interpretación, véase: http://translator.peternewton.biz.
12. Véase: http://www.nur.edu/50821/wp_m00c0.asp
13. Véase: http://www.fundacionhorizonte.com/es/fundacion.htm
14. Véase: http://promesapaz.forobahai.org.
15. Véase: http://www.flacso.org.ec/
16. Karlberg, Michael, Beyond the Culture of Contest - from Adversarialism to Mutualism in an Age of Interdependence. Oxford: George Ronald, 2004.
17. Véase: http://cultura-de-paz.org
18. Anello, E. y Hernández, J. “Liderazgo Moral”. Santa Cruz, Bolivia: Universidad Nur, 4a edición, 2010.
19. Véase: http://www.cafelibro.com
20. Véase: http://www.bihe.org/

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