jueves, noviembre 22, 2012

¿La Naturaleza Humana Admite una Cultura de Paz?

Lo que sigue es una serie de videos y apuntes de mi participación en el panel del día 30 de agosto de 2012 en la Universidad Católica de Quito sobre “Cómo Crear una Cultura de Paz en un Mundo Conflictivo”, seguido por las preguntas y respuestas. El panel fue moderado por la Dra. Lucía Lemos, decana de la Facultad de Comunicación, Lingüística y Comunicación y conocida periodista de la ciudad. Los otros panelistas fueron:  Dr. Guillermo Fernández Maldonado, consultor ante la ONU sobre Derechos Humanos; Magister Simonetta Rossi, consultora ante la ONU sobre la Paz; Magister Lilia Rodriguez, Directora de Relaciones Internacionales de la Municipalidad de Quito.



Al hablar de cultura de paz, con frecuencia las personas se centran en los problemas existentes de violencia, injusticia y dolor, y hablan de las respuestas dadas en el pasado. Sin embargo, en esta pequeña ponencia, quisiera cambiar de enfoque y mirar hacia el futuro, desde la perspectiva de un educador. Específicamente, nos preguntaremos qué tipo de mundo queremos y si la naturaleza del ser humano y la sociedad posibilita o imposibilita su logro.

Introducción:

Tradicionalmente, la paz se definía como uno de dos extremos – por un lado la ausencia de guerra entre países, y por otro lado la paz interior, dentro de cada persona. El primer extremo era prácticamente inalcanzable para el gestor de cambio social por depender casi exclusivamente de la voluntad de los grandes poderes del planeta. Pero el segundo extremo también era considerado inaccesible por depender mayormente de la consciencia de cada individuo.

El movimiento mundial por una cultura de paz – liderado por UNESCO desde la ONU – viene a llenar el enorme vacío que quedaba entre estos dos extremos. Busca reemplazar las diversas violencias estructurales propias de la cultura actual de lucha, pugna, contienda, conflicto, competición, agresión, egoísmo y avaricia, por una nueva cultura de cooperación, mutualismo o apoyo mutuo, altruismo, colaboración, sinergia y relaciones de tipo ganar-ganar. Este sí es un campo fértil al cual cada ser humano en el planeta puede aportar como gestor activo.

Sin embargo, mucha gente todavía duda si es posible lograr esta cultura de paz, debido a que cree que el ser humano es inherentemente agresivo y competitivo, egoísta y mezquino, violento y conflictivo.

Y es que una cultura de paz requiere, por definición, de profundas transformaciones, no sólo en la forma de pensar y actuar de los individuos y las pautas de relacionamiento entre ellos, sino en las mismas estructuras de nuestra economía y trato a la tierra, de la gobernabilidad legislativa, ejecutiva y judicial, de las relaciones internacionales, de los enfoques y sistemas educativos,  y – por qué no – hasta de la forma como se organiza cada religión.

Ejemplos:

La educación para la paz nos exige plantear si es posible no sólo condicionar el comportamiento humano, sino de enseñar y aprender actitudes y virtudes prosociales como altruismo, cooperación, pensamiento sistémico, tolerancia e incluso aprecio por la diversidad, sencillez, apertura hacia el otro, etc.

Bajo el tema del desarrollo sostenible, hay que saber si somos capaces de construir un modelo económico basado, no en la maximización de la producción y el consumo, sino en su minimización; no en el fomento de cada vez más deseos materiales, sino en su reducción y reemplazo por el contento; un modelo que no ponga al ser humano al servicio del crecimiento económico, sino la economía al servicio del crecimiento humano; un sistema basado no en la competición sino en la cooperación; en el que desaparezcan ambos extremos – tanto la extrema pobreza, con su desperdicio de vidas humanas, como la extrema riqueza, que otorga un poder desmedido en el mercado y la política.

En cuanto a la democracia participativa, se necesita conocer si somos capaces de construir un modelo de gobernabilidad basado no sólo en la democracia representativa sino en una verdadera democracia participativa; no en el poder sobre y contra, sino en el poder con y a favor de – el empoderamiento del otro; no en el divisionismo partidista, con sus contiendas electorales y conflictos desgastantes entre gobierno y oposición, sino en su alineación con los intereses comunes de toda la humanidad, con unidad de propósito, pensamiento y acción; no dominado por el poder económico como en las actuales plutocracias – mal llamadas democracias –, sino con la separación de estado y corporación.

El tema de los derechos humanos exige saber si somos capaces de ir más allá de las concepciones legalistas y de la lucha por los derechos propios, al cultivo de una nueva ética mundial basada en la protección y promoción de los derechos del otro, reconociendo el principio de mayordomía, planteada en la reciente Conferencia Río +20, según el cual "Cada uno llega al mundo como fideicomiso de todos y, a su vez, carga una parte de la responsabilidad del bienestar de todos".

En cuando al desarme, la eliminación de las carreras armamentistas para fines disuasivos y consecuente desarrollo del poderoso complejo industrial–militar, es una imposibilidad práctica dentro del actual paradigma del sistema de seguridad nacional basado en la soberanía ilimitada del estado nacional. ¿Es capaz la raza humana de tomar el próximo paso en su evolución sociopolítica y construir un estado mundial – una federación mundial de naciones, gobernada por un sistema legal con funciones legislativa, ejecutiva y judicial, un sistema de soberanía compartida que posibilite la seguridad colectiva, una verdadera democracia mundial que reemplace la actual situación de anarquía internacional?

Estrategias:

Las diversas respuestas dadas ante estos desafíos que plantea la cultura de paz, se pueden agrupar en tres categorías generales: las estratégicas, las estructurales y las motivacionales.

Las respuestas estratégicas proponen mecanismos para mitigar los impactos negativos de las actuales estructuras económicas, ambientales, geopolíticas y de gobernanza. Algunos ejemplos serían el hecho de cambiar la configuración de Consejo de Seguridad de la ONU, de legislar un techo para los gastos electorales de los candidatos presidenciales, de modificar el procedimiento para el nombramiento de los jueces en la judicatura, o de ajustar los porcentajes tributarias para lograr mayor equidad en la distribución de recursos, sin cambios radicales en la forma como se estructuran estos aspectos del quehacer humano.

Las propuestas estructurales, en cambio, plantean reformas profundas, desde la misma conceptualización de las instituciones económicas, de gobernanza y geopolíticas, desde su actual lógica de ganar–perder a la normalización de las relaciones de tipo ganar–ganar, como se mencionó al inicio de esta ponencia. En palabras de Don Tapscott, autor de la ‘Macrowikieconomía’, “Es necesario ‘resetear’ todos los viejos modelos, enfoques y estructuras de la sociedad, o arriesgaremos la parálisis y el colapso.”

Sin embargo, es aquí donde surge la duda respecto a si las reformas necesarias serían contrarias a la naturaleza humana y por tanto imposibles de implementar por la vía democrática, sin su imposición por parte de un régimen totalitario, lo cual por definición sería contrario a los postulados de la cultura de paz.

Justamente la tercera categoría de propuestas – las motivacionales – aborda este asunto al cuestionar si el ser humano es egoísta y agresivo por naturaleza, si es inherentemente pacífico y altruista, o si es simplemente educable. Los enfoques en este sentido incluyen: deconstruir aquellas teorías que naturalizan al agonismo y socializar teorías en apoyo del mutualismo (en la biología, genética, psicología, sociología, etc.); desmentir la inevitabilidad de la guerra, violencia, codicia, división, competición, etc. y divulgar una cosmovisión más constructivo y universal; una campaña permanente de concienciación en apoyo de los cambios socioestructurales e institucionales necesarios; y cultivar la cooperación, altruismo, unidad, empatía, compasión en la escuela.

Deconstrucción de Teorías:

En mi carrera como pedagogo, yo me he especializado en la educación para la paz y particularmente en la formación de gestores de cambio social hacia una cultura de paz. Y a lo largo de los años, yo había oído repetidamente argumentos en el sentido de que las transformaciones que se proponían – tanto a nivel personal como en las relaciones interpersonales y las estructuras de la sociedad – no eran posibles debido a que el ser humano era inherentemente egoísta y conflictivo, acaparador y agresivo por naturaleza.

No sabía bien cómo responder a estas objeciones, por lo que hace varios años me propuse estudiar el origen de tales teorías y creencias y saber si existían investigaciones que las contradijeran. ¡Y lo que encontré fue sorprendente! La mayoría de estas teorías, según las cuales el ser humano es egoísta y violento por naturaleza, fueron formuladas hace unos 100 años o más. Además, no eran realmente ‘teorías’, en sentido científico, sino meras especulaciones de escritorio. Muchas de ellas ni siquiera calificaban como hipótesis, ya que padecían falencias como la no falseabilidad, y ninguna había sido comprobada mediante la investigación científica.



Más bien las investigaciones de campo y laboratorio han demostrado todo lo contrario: que el ser humano es no sólo capaz de actitudes y comportamientos pacíficos y altruistas, sino que muestra una cierta predisposición en este sentido desde la temprana infancia. Lo asombroso es que la gran mayoría de estas investigaciones no han llegado a ser estudiadas en las aulas universitarias del mundo, mucho menos penetrar en la cultura popular, sino que se sigue repitiendo los supuestos agonistas tradicionales, ya superadas por la ciencia.

Encontré, por ejemplo, que la vieja ‘ley de la selva, entendida como el conflicto y la competición por recursos limitados, ha sido reemplazada por parte de los ecologistas por un nuevo concepto de cooperación, ayuda mutua, simbiosis y generación de abundancia entre las especies de un ecosistema.

Descubrí además que la ley de la 'supervivencia del más apto' no había favorecido a los hombres más agresivos, conflictivos y acaparadores, sino comportamientos más adaptativos como la cooperación, el altruismo, la tolerancia, la reconciliación, y la capacidad de convivir pacíficamente, la cual ha posibilitado la supervivencia y avance de la especie humana a pesar de los grandes desafíos ambientales y su falta de defensas naturales.

Aprendí que la evolución de las especies mediante la 'selección natural' no fue necesariamente un proceso competitivo, que un mecanismo mucho más importante que la mutación genética ha sido la simbiogénesis, es decir, la generación de nuevas especies mediante la combinación e integración de diversos seres en organismos más complejos, en un proceso cooperativo y de ayuda mutua.

Averigüé que no existe en el ser humano normal un ‘instinto asesino’ ni un ‘cerebro violento’, sino que más bien parece que estamos cableados para rehusarnos a hacer daño al prójimo y más bien auxiliarlo. A pesar de los enormes esfuerzos realizados en la conscripción por convertir a los jóvenes en máquinas de guerra, las investigaciones evidencian que la mayoría de soldados jamás dispara sus armas en batalla, o disparan para otro lado, y que cuando alguno llega a matar queda traumado por la experiencia.

Encontré que la creencia en que ‘siempre ha habido guerras y siempre habrá’ se debe a que se nos ha enseñado la historia como una larga cadena de batallas, con sus fechas, lugares y protagonistas, dejando afuera los largos períodos – años, décadas, siglos y hasta milenios – de paz, prosperidad y felicidad, que según algunos autores constituye más del 90 % de la historia humana; que el estado de guerra no es el estado normal de la raza humana, sino que más bien representa un estado de enfermedad que ataca periódicamente el cuerpo sano de la humanidad.

Descubrí que, pese al gran mito del ser humano como necesariamente egoísta, egocéntrico, avaro, acaparador, codicioso, y motivado principalmente por el interés personal inmediato, las investigaciones más bien nos muestran un ser humano con una gran capacidad innata para las actitudes prosociales, altruistas, generosas, motivadas por la excelencia y la pertenencia dentro de relaciones sociales.

Aprendí que la competición, entendida como una relación de tipo ganar-perder, no es más productiva que la cooperación, entendida como una situación ganar-ganar; que los juegos y deportes cooperativos, en los que todos ganan o todos pierden, pueden ser tan desafiantes y divertidos que los juegos competitivos; que la competición no forma el carácter sino que lo daña; y que en el aula de clase y el lugar de trabajo, la cooperación en equipo es preferido por la mayoría de personas a la competición entre compañeros.

Averigüé que la política por definición es la ciencia y el arte de la buena administración de la cosa pública, y que quizás una de las peores formas de gestión la cosa pública es convertirla en una pugna por el poder; que las relaciones de dominación-sumisión pueden ser transformadas en relaciones de reciprocidad y apoyo mutuo; que el poder significa capacidad y que no necesariamente ha de ejercerse sobre o en contra de otros, sino que en diversas culturas es algo que se ejerce con y a favor de los demás, en una relación de mutuo empoderamiento.

Encontré que la unidad no necesariamente implica uniformidad, que la diversidad no necesariamente implica división, sino que la unidad en diversidad es una ley fundamental que rige en todo sistema, desde el cuerpo humano hasta los ecosistema, desde la labor científica hasta la operación de los mercados; que la unidad no implica la pérdida de identidad, sino que el proceso de maduración significa identificarse CON unidades cada vez más amplias, la familia, el barrio, la ciudad, la patria y – finalmente – la humanidad como un todo.

Descubrí que hasta el siglo 19 la gente aún creía en la posibilidad de construir sus utopías pero que, debido a los horrores de dos guerras mundiales, los excesos de varias dictaduras, el holocausto, la bomba atómica y el colapso económico, durante el siglo 20 la gente llegó a desconfiar de toda visión de un mundo mejor y más bien esperar el colapso total de la sociedad o la completa aniquilación de la raza humana. Me di cuenta de que necesitamos urgentemente recuperar la capacidad de soñar y construir utopías, ya que “sin visión, la gente perece”.

Conclusiones:

Descubrí, por último, que todas estas teorías y creencias no son más que constructos culturales hegemónicos que han sido naturalizados y reproducidos de generación en generación; que no sirven los mejores intereses de las masas de la humanidad, sino únicamente los intereses materiales y a corto plazo de una pequeña minoría que se beneficia de las relaciones ganar-perder en la economía y la política, y obtiene grandes ganancias de la industria militar, en detrimento del bienestar y tranquilidad, la paz y seguridad de las grandes mayorías.

A través de estos aprendizajes, he llegado a la conclusión de que no existe en la naturaleza del ser humano, ni en la de la sociedad como tal, nada que pueda considerarse un impedimento insuperable para el logro de una cultura de paz, cooperación y mutualismo. El verdadero desafío es el hecho de la actual cultura de violencia, pugna, competición y contienda. Y la buena noticia es que las culturas no son grabadas en piedra ni piezas de museo; pueden cambiar y, en este caso, debe cambiar.

Preguntas y Respuestas:




No hay comentarios.: