Al hablar de cultura
de paz, con frecuencia las personas se centran en los problemas existentes de
violencia, injusticia y dolor, y hablan de las respuestas dadas en el pasado.
Sin embargo, en esta pequeña ponencia, quisiera cambiar de enfoque y mirar
hacia el futuro, desde la perspectiva de un educador. Específicamente, nos
preguntaremos qué tipo de mundo queremos y si la naturaleza del ser humano y la
sociedad posibilita o imposibilita su logro.
Introducción:
Tradicionalmente, la
paz se definía como uno de dos extremos – por un lado la ausencia de guerra
entre países, y por otro lado la paz interior, dentro de cada persona. El primer
extremo era prácticamente inalcanzable para el gestor de cambio social por
depender casi exclusivamente de la voluntad de los grandes poderes del planeta.
Pero el segundo extremo también era considerado inaccesible por depender mayormente
de la consciencia de cada individuo.
El movimiento mundial
por una cultura de paz – liderado por UNESCO desde la ONU – viene a llenar el
enorme vacío que quedaba entre estos dos extremos. Busca reemplazar las diversas
violencias estructurales propias de la cultura actual de lucha, pugna,
contienda, conflicto, competición, agresión, egoísmo y avaricia, por una nueva cultura
de cooperación, mutualismo o apoyo mutuo, altruismo, colaboración, sinergia y relaciones
de tipo ganar-ganar. Este sí es un campo fértil al cual cada ser humano en el
planeta puede aportar como gestor activo.
Sin embargo, mucha
gente todavía duda si es posible lograr esta cultura de paz, debido a que cree
que el ser humano es inherentemente agresivo y competitivo, egoísta y mezquino,
violento y conflictivo.
Y es que una cultura
de paz requiere, por definición, de profundas transformaciones, no sólo en la
forma de pensar y actuar de los individuos y las pautas de relacionamiento
entre ellos, sino en las mismas estructuras de nuestra economía y trato a la
tierra, de la gobernabilidad legislativa, ejecutiva y judicial, de las
relaciones internacionales, de los enfoques y sistemas educativos, y – por qué no – hasta de la forma como se
organiza cada religión.
Ejemplos:
La educación para la
paz nos exige plantear si es posible no sólo condicionar el comportamiento
humano, sino de enseñar y aprender actitudes y virtudes prosociales como
altruismo, cooperación, pensamiento sistémico, tolerancia e incluso aprecio por
la diversidad, sencillez, apertura hacia el otro, etc.
Bajo el tema del
desarrollo sostenible, hay que saber si somos capaces de construir un modelo
económico basado, no en la maximización de la producción y el consumo, sino en
su minimización; no en el fomento de cada vez más deseos materiales, sino en su
reducción y reemplazo por el contento; un modelo que no ponga al ser humano al
servicio del crecimiento económico, sino la economía al servicio del
crecimiento humano; un sistema basado no en la competición sino en la
cooperación; en el que desaparezcan ambos extremos – tanto la extrema pobreza,
con su desperdicio de vidas humanas, como la extrema riqueza, que otorga un poder
desmedido en el mercado y la política.
En cuanto a la democracia
participativa, se necesita conocer si somos capaces de construir un modelo de
gobernabilidad basado no sólo en la democracia representativa sino en una
verdadera democracia participativa; no en el poder sobre y contra, sino en el
poder con y a favor de – el empoderamiento del otro; no en el divisionismo
partidista, con sus contiendas electorales y conflictos desgastantes entre
gobierno y oposición, sino en su alineación con los intereses comunes de toda
la humanidad, con unidad de propósito, pensamiento y acción; no dominado por el
poder económico como en las actuales plutocracias – mal llamadas democracias –,
sino con la separación de estado y corporación.
El tema de los derechos
humanos exige saber si somos capaces de ir más allá de las concepciones
legalistas y de la lucha por los derechos propios, al cultivo de una nueva
ética mundial basada en la protección y promoción de los derechos del otro,
reconociendo el principio de mayordomía, planteada en la reciente Conferencia
Río +20, según el cual "Cada uno llega al mundo como fideicomiso de todos
y, a su vez, carga una parte de la responsabilidad del bienestar de
todos".
En cuando al desarme,
la eliminación de las carreras armamentistas para fines disuasivos y consecuente
desarrollo del poderoso complejo industrial–militar, es una imposibilidad
práctica dentro del actual paradigma del sistema de seguridad nacional basado
en la soberanía ilimitada del estado nacional. ¿Es capaz la raza humana de
tomar el próximo paso en su evolución sociopolítica y construir un estado
mundial – una federación mundial de naciones, gobernada por un sistema legal
con funciones legislativa, ejecutiva y judicial, un sistema de soberanía
compartida que posibilite la seguridad colectiva, una verdadera democracia
mundial que reemplace la actual situación de anarquía internacional?
Estrategias:
Las diversas
respuestas dadas ante estos desafíos que plantea la cultura de paz, se pueden
agrupar en tres categorías generales: las estratégicas, las estructurales y las
motivacionales.
Las respuestas
estratégicas proponen mecanismos para mitigar los impactos negativos de las
actuales estructuras económicas, ambientales, geopolíticas y de gobernanza. Algunos
ejemplos serían el hecho de cambiar la configuración de Consejo de Seguridad de
la ONU, de legislar un techo para los gastos electorales de los candidatos
presidenciales, de modificar el procedimiento para el nombramiento de los
jueces en la judicatura, o de ajustar los porcentajes tributarias para lograr
mayor equidad en la distribución de recursos, sin cambios radicales en la forma
como se estructuran estos aspectos del quehacer humano.
Las propuestas
estructurales, en cambio, plantean reformas profundas, desde la misma
conceptualización de las instituciones económicas, de gobernanza y geopolíticas,
desde su actual lógica de ganar–perder a la normalización de las relaciones de
tipo ganar–ganar, como se mencionó al inicio de esta ponencia. En palabras de
Don Tapscott, autor de la ‘Macrowikieconomía’, “Es necesario ‘resetear’ todos los
viejos modelos, enfoques y estructuras de la sociedad, o arriesgaremos la
parálisis y el colapso.”
Sin embargo, es aquí
donde surge la duda respecto a si las reformas necesarias serían contrarias a
la naturaleza humana y por tanto imposibles de implementar por la vía
democrática, sin su imposición por parte de un régimen totalitario, lo cual por
definición sería contrario a los postulados de la cultura de paz.
Justamente la tercera
categoría de propuestas – las motivacionales – aborda este asunto al
cuestionar si el ser humano es egoísta y agresivo por naturaleza, si es
inherentemente pacífico y altruista, o si es simplemente educable. Los enfoques
en este sentido incluyen: deconstruir aquellas teorías que naturalizan al
agonismo y socializar teorías en apoyo del mutualismo (en la biología,
genética, psicología, sociología, etc.); desmentir la inevitabilidad de la
guerra, violencia, codicia, división, competición, etc. y divulgar una
cosmovisión más constructivo y universal; una campaña permanente de
concienciación en apoyo de los cambios socioestructurales e institucionales
necesarios; y cultivar la cooperación, altruismo, unidad, empatía, compasión en
la escuela.
Deconstrucción de Teorías:
En mi carrera como
pedagogo, yo me he especializado en la educación para la paz y particularmente
en la formación de gestores de cambio social hacia una cultura de paz. Y a lo
largo de los años, yo había oído repetidamente argumentos en el sentido de que
las transformaciones que se proponían – tanto a nivel personal como en las
relaciones interpersonales y las estructuras de la sociedad – no eran posibles
debido a que el ser humano era inherentemente egoísta y conflictivo, acaparador
y agresivo por naturaleza.
No sabía bien cómo
responder a estas objeciones, por lo que hace varios años me propuse estudiar el
origen de tales teorías y creencias y saber si existían investigaciones que las
contradijeran. ¡Y lo que encontré fue sorprendente! La mayoría de estas
teorías, según las cuales el ser humano es egoísta y violento por naturaleza, fueron
formuladas hace unos 100 años o más. Además, no eran realmente ‘teorías’, en
sentido científico, sino meras especulaciones de escritorio. Muchas de ellas ni
siquiera calificaban como hipótesis, ya que padecían falencias como la no
falseabilidad, y ninguna había sido comprobada mediante la investigación
científica.
Más bien las
investigaciones de campo y laboratorio han demostrado todo lo contrario: que el
ser humano es no sólo capaz de actitudes y comportamientos pacíficos y
altruistas, sino que muestra una cierta predisposición en este sentido desde la
temprana infancia. Lo asombroso es que la gran mayoría de estas investigaciones
no han llegado a ser estudiadas en las aulas universitarias del mundo, mucho
menos penetrar en la cultura popular, sino que se sigue repitiendo los
supuestos agonistas tradicionales, ya superadas por la ciencia.
Encontré, por
ejemplo, que la vieja ‘ley de la selva’, entendida como el conflicto y
la competición por recursos limitados, ha sido reemplazada por parte de los
ecologistas por un nuevo concepto de cooperación, ayuda mutua, simbiosis y
generación de abundancia entre las especies de un ecosistema.
Descubrí además que
la ley de la 'supervivencia del más apto' no había favorecido a los
hombres más agresivos, conflictivos y acaparadores, sino comportamientos más
adaptativos como la cooperación, el altruismo, la tolerancia, la
reconciliación, y la capacidad de convivir pacíficamente, la cual ha
posibilitado la supervivencia y avance de la especie humana a pesar de los
grandes desafíos ambientales y su falta de defensas naturales.
Aprendí que la
evolución de las especies mediante la 'selección natural' no fue
necesariamente un proceso competitivo, que un mecanismo mucho más importante
que la mutación genética ha sido la simbiogénesis, es decir, la generación de
nuevas especies mediante la combinación e integración de diversos seres en
organismos más complejos, en un proceso cooperativo y de ayuda mutua.
Averigüé que no
existe en el ser humano normal un ‘instinto asesino’ ni un ‘cerebro
violento’, sino que más bien parece que estamos cableados para rehusarnos a
hacer daño al prójimo y más bien auxiliarlo. A pesar de los enormes esfuerzos
realizados en la conscripción por convertir a los jóvenes en máquinas de
guerra, las investigaciones evidencian que la mayoría de soldados jamás dispara
sus armas en batalla, o disparan para otro lado, y que cuando alguno llega a
matar queda traumado por la experiencia.
Encontré que la
creencia en que ‘siempre ha habido guerras y siempre habrá’ se debe a que se
nos ha enseñado la historia como una larga cadena de batallas, con sus fechas,
lugares y protagonistas, dejando afuera los largos períodos – años, décadas,
siglos y hasta milenios – de paz, prosperidad y felicidad, que según algunos
autores constituye más del 90 % de la historia humana; que el estado de guerra
no es el estado normal de la raza humana, sino que más bien representa un
estado de enfermedad que ataca periódicamente el cuerpo sano de la humanidad.
Descubrí que, pese al
gran mito del ser humano como necesariamente egoísta, egocéntrico, avaro,
acaparador, codicioso, y motivado principalmente por el interés personal
inmediato, las investigaciones más bien nos muestran un ser humano con una gran
capacidad innata para las actitudes prosociales, altruistas, generosas,
motivadas por la excelencia y la pertenencia dentro de relaciones sociales.
Aprendí que la
competición, entendida como una relación de tipo ganar-perder, no es más
productiva que la cooperación, entendida como una situación ganar-ganar; que los
juegos y deportes cooperativos, en los que todos ganan o todos pierden, pueden
ser tan desafiantes y divertidos que los juegos competitivos; que la competición
no forma el carácter sino que lo daña; y que en el aula de clase y el lugar de
trabajo, la cooperación en equipo es preferido por la mayoría de personas a la
competición entre compañeros.
Averigüé que la
política por definición es la ciencia y el arte de la buena administración de
la cosa pública, y que quizás una de las peores formas de gestión la cosa
pública es convertirla en una pugna por el poder; que las relaciones de
dominación-sumisión pueden ser transformadas en relaciones de reciprocidad y
apoyo mutuo; que el poder significa capacidad y que no necesariamente ha de
ejercerse sobre o en contra de otros, sino que en diversas culturas es algo que
se ejerce con y a favor de los demás, en una relación de mutuo empoderamiento.
Encontré que la
unidad no necesariamente implica uniformidad, que la diversidad no
necesariamente implica división, sino que la unidad en diversidad es una ley fundamental
que rige en todo sistema, desde el cuerpo humano hasta los ecosistema, desde la
labor científica hasta la operación de los mercados; que la unidad no implica
la pérdida de identidad, sino que el proceso de maduración significa
identificarse CON unidades cada vez más amplias, la familia, el barrio, la
ciudad, la patria y – finalmente – la humanidad como un todo.
Descubrí que hasta el
siglo 19 la gente aún creía en la posibilidad de construir sus utopías pero que,
debido a los horrores de dos guerras mundiales, los excesos de varias dictaduras,
el holocausto, la bomba atómica y el colapso económico, durante el siglo 20 la gente
llegó a desconfiar de toda visión de un mundo mejor y más bien esperar el colapso
total de la sociedad o la completa aniquilación de la raza humana. Me di cuenta
de que necesitamos urgentemente recuperar la capacidad de soñar y construir utopías,
ya que “sin visión, la gente perece”.
Conclusiones:
Descubrí, por último,
que todas estas teorías y creencias no son más que constructos culturales hegemónicos
que han sido naturalizados y reproducidos de generación en generación; que
no sirven los mejores intereses de las masas de la humanidad, sino únicamente
los intereses materiales y a corto plazo de una pequeña minoría que se
beneficia de las relaciones ganar-perder en la economía y la política, y
obtiene grandes ganancias de la industria militar, en detrimento del bienestar
y tranquilidad, la paz y seguridad de las grandes mayorías.
A través de estos aprendizajes,
he llegado a la conclusión de que no existe en la naturaleza del ser humano, ni
en la de la sociedad como tal, nada que pueda considerarse un impedimento
insuperable para el logro de una cultura de paz, cooperación y mutualismo. El verdadero
desafío es el hecho de la actual cultura de violencia, pugna, competición y
contienda. Y la buena noticia es que las culturas no son grabadas en piedra ni piezas
de museo; pueden cambiar y, en este caso, debe cambiar.
Preguntas y Respuestas:
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