martes, noviembre 20, 2012

Las Relaciones de Poder

El modelo mental de competición da lugar a lo que Michael Karlberg[i] describe tan acertadamente como una “cultura de adversarios”, o cultura de conflicto. En esta cultura la visión prevaleciente del mundo es una de competición en que los individuos y las instituciones persiguen su interés propio, donde hay ganadores y perdedores y la persona, institución, o partido más fuerte, más poderoso y con mayor influencia “gana”. Puesto que los resultados de tal sistema rara vez son justos, para enfrentar la injusticia que inevitablemente ocurre, la cultura de adversarios está rodeada por una cultura de protesta. La injusticia protestada luego llega a ser el eje de otro conflicto, que a su vez lleva a protestas adicionales.


De esta manera, el modelo mental de competición está estrechamente ligado con un modelo mental de poder. Por lo general, al hablar del poder la gente se refiere a una potestad o un dominio que se ejerce sobre o contra alguien, en relaciones de pugna y dominación, de competición y conflicto. Bajo este supuesto, el poder es percibido como un recurso escaso, por lo que su acumulación requiere de entrar en pugna con otros que quisieran poseerlo. Este modelo mental se encuentra tan arraigado en la sociedad actual, que las mayorías definen la política como una “pugna de poderes”, llevándoles a dudar de la posibilidad de un orden social armonioso.

Actualmente, este modelo de poder ha dejado de satisfacer las necesidades de la humanidad, si alguna vez lo hizo. Más bien, es fuente de división, conflicto y discordia, los cuales tienden a frenar el avance hacia los objetivos comunes. Por ejemplo, en la mayoría de los estados democráticos actuales, se suele dividir el escenario político en partidos que pugnan por el poder mediante el logro de una mayoría de votos. Aquellos que predominan en esta contienda electoral llegan a conformar el ‘gobierno’ e intentan adelantar ciertos programas, mientras que el resto se constituye en la ‘oposición’ y hace lo posible por frustrar dichos esfuerzos. El resultado es que los unos empujan al país en una dirección mientras que otros lo empujan en otra, lo cual frena grandemente su avance.

“En su expresión tradicional y competitiva, el poder es tan ajeno a las necesidades del futuro de la humanidad como podría serlo la tecnología de la locomoción ferroviaria a la tarea de poner satélites espaciales en órbita”. (Casa Universal de Justicia) [ii]
Este fracaso del modelo mental tradicional del poder, ha motivado una búsqueda de marcos conceptuales alternativos. Así, Michael Karlberg distingue entre varios tipos de poder.[iii] Según Karlberg, todo poder es “poder para”, que es simplemente la capacidad de realizar algo. Esto se divide en dos categorías principales: (1) el “poder contra”, que consiste en la capacidad de ejercer control o dominio sobre otros; y (2) el “poder con”, que existe cuando un grupo de personas decide lograr algo en conjunto, trabajando en cooperación para alcanzar objetivos comunes. Las dinámicas del “poder contra” producen relaciones antagónicas y conflictivas, mientras que las de “poder con” generan relaciones de mutualidad.

En una “cultura de adversarios” se ejerce el “poder contra” con el fin de controlar a otros en una relación de dominación–sumisión que beneficia únicamente al más poderoso. En cambio, en las relaciones de poder mutuo, se emplea el “poder con” para empoderar a otros, generar sinergias y efectuar cambios positivos en beneficio de todos. En el primer caso, los más poderosos ganan y los demás pierden. En el segundo caso, los resultados siempre son positivos, ya que se basan en acuerdos de los cuales todos salen ganando, sin que nadie pierda. Es justamente el “poder con” el que se procura fomentar mediante el programa de Liderazgo Moral.


Referencias:

[i]. Michael Karlberg: Beyond the Culture of Contest – From Adversarialism to Mutualism in an Age of Interdependence. Oxford: George Ronald Publisher, 2004.
[ii]. Comunidad Internacional Bahá'í, Prosperidad de la Humanidad, declaración presentada ante la Cumbre Mundial de Desarrollo Social en Copenhague, 1995.

[iii]. Basado en Karlberg, pp. 25-29.


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