martes, noviembre 20, 2012

¿Tenemos un ‘Instinto Asesino’?

Hemos visto cómo se desarrolló la noción de que el ser humano se encuentra circunscrito en sus actitudes y comportamientos a una supuesta herencia animal y las leyes que se creía operaban en el medio natural. Las teorías en las cuales se basaba esta visión del hombre ya han sido superadas por la ciencia y reemplazadas por otras más acordes con la realidad. Sin embargo, varias de las consecuencias de esas presuposiciones aún permanecen en forma de modelos mentales heredados. Una de ellas es la perspectiva según la cual el hombre es agresivo y violento por naturaleza.[i]

Un argumento empleado con frecuencia para justificar la guerra y otros actos de violencia, es que son determinados por un ‘instinto asesino’ en el ser humano. Algunos etólogos, científicos que estudian el comportamiento animal, han planteado la existencia de instintos humanos para el territorialismo, la agresión y la guerra. Sugieren que podrían haberse heredado durante nuestra evolución a partir de otras especies animales.

Sin embargo, en el proceso evolutivo nos hemos alejado tanto de las demás especies existentes, que su comportamiento poco o nada tiene que ver con el nuestro. Aunque compartiéramos algún pariente común hace millones de años, cada especie ha tomado su propio rumbo desde ese entonces en respuesta a sus situaciones particulares de vida.


Cuando un animal carnívoro sale de cacería para alimentarse, no es más ‘asesino’ que cuando uno de nosotros va a la esquina a comprar carne. La guerra no es un acto natural, sino un invento cultural de los seres humanos. Ninguna otra especie hace la guerra, ya sea entre sí o con otras especies, aparte de los seres humanos. De hecho, varias de las especies simias que más se asemejan a los humanos evidencian un comportamiento notablemente pacífico.

¿Qué es un instinto? Se define científicamente como una pauta repetitiva de comportamientos específicos y a menudo complejos, comunes a toda una especie, automáticos, irresistibles, inmodificables y que no dependen del aprendizaje. De todas las conductas humanas estudiadas hasta ahora por la ciencia, ninguna cumple con esta definición, por lo que actualmente se sostiene que el ser humano carece por completo de instintos.

No hay que confundir los instintos con los reflejos, las predisposiciones biológicas y los impulsos. Un reflejo es una reacción simple y automática ante un estímulo, que no proviene del cerebro sino directamente de la médula espinal o nervios más locales, como la patada que se produce ante un golpe justo debajo de la rodilla. Una predisposición biológica es un comportamiento innato, pero es más complejo que un reflejo y requiere del aprendizaje para expresarse, como el caminar o hablar. Un impulso es originado por una necesidad biológica, como el hambre, que aumenta en intensidad hasta satisfacerse.

Las actitudes de agresión, competición y avaricia tan comunes en la sociedad actual, no se ajustan a ninguna de estas definiciones. Más bien reúnen una amplia gama de conductas alternativas y culturalmente establecidas. No son sino unas opciones entre muchas, una de múltiples maneras posibles de actuar ante determinada situación, siendo la ternura, la cooperación y la generosidad hacia otras, aquello que a la larga satisfacen de mejor manera nuestras necesidades colectivas.

Se suele representar al soldado como una máquina de guerra, motivado por una fuerza interna que le impulsa a matar fríamente, sin ninguna consideración por su propia vida. Sin embargo, bajo condiciones normales, los jóvenes no suelen tener estos sentimientos y comportamientos asesinos y suicidas. Deben ser reprogramados psicológicamente a través de un condicionamiento y adiestramiento que cambia la racionalidad sensata por la obediencia ciega, la solidaridad humana por el fanatismo nacionalista, y la prudencia reflexiva por el fervor suicida. Si existiese un ‘instinto asesino’ en el hombre, dicha reprogramación no sería necesaria.

Antes bien, para que surja la guerra como invento socioestructural del estado moderno, ha sido necesario ir más allá del instinto y desarrollar una inteligencia capaz de lograr una alteración tan profunda de las tendencias naturales hacia la paz que caracterizan normalmente al ser humano.

“Es científicamente incorrecto decir que la guerra es consecuencia del ‘instinto’… La guerra moderna involucra la explotación institucional de rasgos personales como la obediencia, la sugestionabilidad y el idealismo; de destrezas sociales como el lenguaje; y de consideraciones racionales como el cálculo de costos, la planificación y el procesamiento de datos”. (Declaración de Sevilla)[ii]

Referencias:

[i]. Para mayores informes, véase: Ashley Montagu, ed. Man and Aggression. Nueva York: Oxford University Press, 1968, 2ª ed., 1973.


[ii]. Declaración de Sevilla.



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